Opinión
Escalas
Muchos critican ásperamente el estado autonómico. Mientras otros (como yo) hemos descubierto con esta crisis que lo útil para los ciudadanos resulta ser… ¡la autonomía!, (no todas ellas, claro, porque inútiles hay en todas partes, y bien que dejan sentir sus efectos). Que quien presta auxilio al ciudadano, al final, es el ayuntamiento, la comunidad autónoma, la pequeña escala de la Administración, la cercana, esa que sabe comprar material médico porque lleva décadas haciéndolo. La que maneja un escaso pero precioso margen de fiscalidad frente a la caja estatal, y lo usa para dar oxígeno al contribuyente. A ese pobre desgraciado tributario que ha heredado una hipoteca a cuarenta años de la crisis del 2008, para él y sus hijos, y se enfrenta ahora a lo desconocido. Esas escalas: la autonomía, la ciudad, el distrito, el pueblo…, son prácticas. Mientras hemos comprobado, con dolor y estupefacción, que el Estado central puede resultar disfuncional, y en muchos sentidos superfluo, en casos de emergencia como éste. Así que, me pregunto: ¿y si fuesen redundantes ciertas organizaciones del Estado central, y no las autonomías…? Mirar el problema de la estructura del Estado español (que no de España) de esta manera tan diferente a la que se viene haciendo, cambia la perspectiva por completo. Transforma el problema, y hace incluso más sencillas y posibles las soluciones. No soy la única que piensa algo semejante: una encuesta, realizada por Funcas entre el 30 de marzo y el 3 de abril, en la que participaron 714 individuos, revela asimismo que los ciudadanos valoran de manera sensiblemente más positiva la labor de su Gobierno autonómico que la realizada por el Ejecutivo central. «Dos terceras partes de los entrevistados consideran que el Gobierno de su comunidad autónoma ha estado ‘hasta ahora a la altura de las circunstancias en esta crisis’. Mientras que la proporción de quienes valoran positivamente el desempeño del ejecutivo central ronda la mitad de la población», decían desde Funcas. Las supra estructuras como la UE tampoco están siendo útiles en este caso de emergencia. Aunque sean buenas regulando reglas alimentarias y de seguridad, en estos asuntos son inoperantes. De modo que, cuando en el futuro se diga que debemos acabar con las «duplicidades y administraciones inútiles», quizás deberíamos pensar bien cuáles son las que de verdad sobran.
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