Opinión

Periodismo

Hoy todo el mundo escoge qué creerse, según su ideología, independientemente de los hechos, que importan un rábano. La «democracia» se ha transformado, ya no es un sistema de garantías, de seguridad y libertad, sino un mero truco de charlatanería en boca de quienes no creen en ella porque son anti demócratas declarados, pero se limitan a usar la palabra «democracia» con insistencia para así «arrebatársela» a sus enemigos, convirtiendo en mera palabra vacía un paradigma de civilización. Entre censuras, bulos, denuncias falsas, pirateos, manipulaciones, mentiras…, a la mayoría le resulta muy difícil discernir qué es la verdad, saber qué está pasando realmente. Porque la verdad no importa. En esta situación, el periodismo debería ayudar a la sociedad civil a sostenerse en pie, con dignidad. Pero cada día es más difícil. Sería esperanzador que la proclama de quienes hacen información consistiera en: «Reivindicar el periodismo como una profesión honrosa, realizar un trabajo que informe sobre un debate digno de una gran nación. Civismo, respeto y un regreso a lo que importa. La muerte de la malicia, del cotilleo y el voyerismo. Decirles la verdad a los estúpidos. ¿El gobierno es un instrumento del bien o es un ‘cada uno a lo suyo’…? ¿Podemos aspirar a algo grande, o el egoísmo es nuestro estado natural?». Esas palabras que, más o menos, decía aquella periodista de la clásica serie «The Newsroom», hoy ya no caben en el discurso público. Suenan añejas, ingenuas, en una época en que sobran el control y la ira, la vigilancia del disidente, y los animales que son todos iguales aunque sepan que unos son más iguales que otros. Y, más que la crisis económica provocada por el covid-19, da miedo el clima social existente. Sus potenciales consecuencias. El encierro, es posible que ofusque las conductas individuales y grupales, que las exacerbe, aunque el confinamiento esté siendo ejemplar por parte de los ciudadanos y sobre todo de los sectores esenciales que siguen activos, y en riesgo, dando una lección de responsabilidad y valentía. Si bien es de temer que cuando se abran las puertas no llevemos mascarillas, sino tapabocas –literalmente– para enfrentarnos al mundo. A lo que quede de él. Mientras todo indica, además, que la gente está políticamente más polarizada hoy que durante la Guerra Civil, hace 81 años.