Opinión

Plagas

«Siempre la peste ha venido del Asia como un castigo bárbaro y físico, inexorable. Tenía caracteres repugnantes y pavorosos y traía con ella la seguridad del contagio… Asoló a Europa, azote medieval que figura entre las plagas más atrozmente célebres del mundo… Se llamará, por su ferocidad, “la peste negra”, y en tiempos más cercanos ha permanecido en nuestras latitudes con la furia de un rebenque oriental, aviso cruel, recordatorio lúgubre». Son palabras que publicaba la escritora Concha Espina en la prensa española en 1938. Desde las mesetas del Asia central, decían también los antiguos epidemiólogos, antes de que fuese «incorrecto» manifestar la verdad (¡incluso científica!), se han diseminado distintas pandemias desde la antigüedad. Hubo una en el reinado de Justiniano que comenzó aproximadamente en el año 541 y duró, en oleadas recurrentes, hasta cerca del 750. Se la llamó poco acertadamente «la plaga de Justiniano», y los científicos creen que el reservorio de la cepa podría situarse en China. Aquella pandemia transformó la historia de Europa de manera radical. Murieron entre 25 y 50 millones de personas. La población del mundo entonces conocido se vio mermada de manera dramática. El Imperio Bizantino, o Imperio Romano de Oriente, se tambaleó y agonizó. Acosado por invasiones de distintos pueblos «bárbaros» y castigado por la enfermedad, se debilitó de manera calamitosa. Justiniano, pese a no ser causante de la desgracia, le puso nombre a la enfermedad solo por estar gobernando cuando se inició el primer brote. El origen fue animal, la infección provenía de roedores que muy posiblemente los humanos se comían. En el siglo XIV, otra plaga terrible, la peste negra, motivó la muerte de 25 millones de personas, que constituían la cuarta parte de la población, además de sumir en la ruina al continente. Aunque la enfermedad se originó en Asia, una Europa devastada, discriminatoria y supersticiosa, ávida de encontrar culpables, responsabilizó a los judíos, acusándolos de envenenar pozos, y asesinándolos después en «progromos». Las distintas pandemias que han sacudido a Europa a lo largo de la historia, con una violencia de dimensiones bíblicas, han llegado aprovechando las rutas del comercio con Oriente. Y todas tenían reservorios víricos o bacteriológicos en el mundo animal. De forma semejante a lo que ocurre con la del coronavirus. Que es la última. De momento.