Opinión
Mentes
Miedo al contagio, la enfermedad y la muerte. Una carga mental excesiva. Amenazas económicas, laborales (la miseria, esa plaga intemporal, siempre provoca espanto). Además, la bacteria de la inseguridad generando terror a lo desconocido se cuela en la imaginación y allí hace sus estragos. Durante este difícil confinamiento, muchos han visto –desde la distancia impuesta, con lo cual a la preocupación tenían que sumar la impotencia de no poder hacer nada–, cómo familiares cercanos perdían los nervios, entrando en una peligrosa espiral de paranoia, demencia o psicosis. Verbigracia, ancianos que, no habiéndose contagiado del virus, porque aún residen en sus casas, sufren ataques de pánico, intentos suicidas, manías persecutorias… Adultos equilibrados y hasta ahora sanos que desvarían, obsesionándose con asuntos de difícil demostración. Han prosperado, como el coronavirus en un baño de hospital, los gurús de las conspiranoias, y una legión de seguidores que nunca han leído a Guillermo de Ockham, o escuchado remotamente hablar de él, dispuestos a creer a pie juntillas complicadas hipótesis indemostrables. Como los que piensan que Soros quiere «romper España», que paga a buen precio a quienes, por aquí, están gustosamente dispuestos a hacer el trabajo de demoler «estepaís» hasta sus cimientos. Todo lo cual incita a fantasear con Soros y sus supuestos secuaces armados con una maza, pegándole a España (que es más resistente de lo que parece, por cierto). Claro, que Soros es judío. Y una se pregunta, confusa: ¿acaso no se echa siempre la culpa de todo a los judíos, desde los tiempos bíblicos, cuando se convirtieron en pueblo? Porque a los judíos se los ha acusado de ser culpables de las sequías y las plagas de langosta, del precio del cereal, de la muerte de los niños, de la inflación alemana de entreguerras… Y ahora del «globalismo» neo-todo. Que, siendo un modelo agotado, ha logrado que en este planeta haya un número de personas impresionante, nunca visto, la mayoría de las cuales comen algo todos los días (lo que tampoco había ocurrido jamás)… No solo el cuerpo padece en estos tiempos sombríos. La salud mental sufre sobremanera, aumentando la inquietud sobre qué pasará cuando se abran las puertas de todas las casas: ¿aparecerán otros cadáveres? ¿Desastres y tragedias hasta ahora silenciadas por la (contradictio in terminis) «nueva normalidad»? Cualquiera sabe.
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