Opinión

Alien

«Alien», clásica película de Ridley Scott, cuenta la terrorífica historia de un ente xenomorfo, un maléfico ser extraterrestre, parasitoide e insaciable, dispuesto a devorar a la tripulación humana de una nave de transporte. Su naturaleza superior se halla entre el huevo de gallina radiactivo y el calamar biomecánico con una tráquea formada por los tubos de enfriamiento de un automóvil Rolls-Royce, acabada en una boca con forma de vagina dentada necesitada de un cepillado con anticongelante. Una preocupación. Su mensaje es de comprensión sencilla: la amenaza viene de fuera, de lo desconocido, y no será fácil hacerle frente… Mientras «El extranjero» de Camus se siente despegado del mundo, en una actitud de romántica y anticuada posguerra, Alien es moderno: no solo no se desentiende, sino que se siente tan vinculado que desea apropiarse de todo. Se mimetiza incluso con aquellos a quienes devora. Al contrario que el tierno «E.T., el extraterrestre», Alien es feroz, astuto, tenebroso y, a ser posible, desea acabar con la especie humana. Conviene revisar la película porque cuenta algo que estamos viviendo: que todos creen que la amenaza llegó de fuera. Que el coronavirus maligno es extranjero. China y EEUU se echaron mutuamente la culpa de haber iniciado la pandemia. Algunos acusaron al «Estado español» de contagiar a sus idílicos reinos proto-independientes con una enfermedad forastera. Unos nada ilustrados lugareños la emprendieron a pedradas con ambulancias cargadas de enfermos… Etc. Nadie quiere al Covid-19, porque asumir esa paternidad (culpa) significaría quizás pagar «reparaciones de guerra» estratosféricas (se me ocurre: devolviendo la deuda comprada a países damnificados, destrozados por el virus. Por ejemplo). El coronavirus es Alien para un planeta tan airadamente globalizado como xenófobo. Todos lo acusan de extraño, foráneo, exótico y ajeno. Es un inmigrante apátrida, que infecta y destroza. El mal nunca tiene cuna, nación, origen. Su destino es la extrañeza. Una infección enemiga genera desconfianza, acentuada por un confinamiento obligatorio desquiciador. No ha hecho arder las calles, sino los hogares. Solo la intimidad ha podido rebelarse. Con insurrecciones de balcón controladitas, o paseos a la bartola, embanderados y con tapabocas. Aún seguimos enjaulados en casa. Aterrados. Vigilando a ver por dónde se nos cuela esta vez el maldito Alien… Y eso que está en retirada (y yo apuesto porque -¿pronto?- se extinguirá para siempre).