Opinión
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Para un político, estar dentro del sistema y seguir ejerciendo como antisistema parece una contradicción, y quizás también una forma de intentar controlarlo todo: lo de dentro y lo de fuera, el poder y su oposición, el orden y lo subversivo, la ley y su quebranto… Es además una manera novata pero biliosa de alimentar, con una pedestre doctrina adolescente, al votante antipoder, «cool», teniendo en cuenta que éste forma parte de un electorado que precisa de estímulos, que vive de gestos propagandísticos, que escribe su papeleta electoral de acuerdo con el sustento ideológico que recibe de los poderosos (poderosos antisistema) entre una elección y la siguiente. La actitud antisistema dentro del sistema solo resulta incongruente para los que no han hecho de la rebeldía una bandera. No para los que votan guiados por un sentido frívolo y puramente estético de la política porque no saben que sistemas, ideologías, e incluso países, son ilusiones humanas que pueden ser despedazadas si se las manosea o maltrata demasiado. Invenciones humanas, sí, pero que permiten que incluso los fútiles, los inanes y los dañinos puedan vivir en paz, seguridad y libertad. Tenemos políticos que controlan el poder absoluto mientras hablan como perjudicados por dicho poder, como adalides de los desheredados de la Tierra, únicos portavoces de la indignación colectiva y representantes exclusivos de los desarrapados de la galaxia. Sus ardides pueden parecer paradójicos o absurdos para algunos, pero son imprescindibles para que el político que gobierna el sistema con objetivos antisistema consuele y tranquilice a sus votantes, que sueñan con demoler tal sistema. De hecho, el político antisistema trabaja «desde dentro» para acabar con el sistema, desprestigiándolo con su sola presencia. Tiene que obrar como detentador de la vara de la Ley mientras azuza la rabia de quienes se rebelan contra la Ley y sus representantes, pero lo votan a él. No es preciso leer a Maquiavelo, Laclau, Heinz Dieterich Steffan y algún genio del márketing, para saber que, complacer al votante antisistema mientras se dirige al sistema, satisfacer a los antipoder desde el poder, no es un síntoma de contradicción, sino de táctica, de propaganda. También de bisoñez, ignorancia, frivolidad y tontería, pero esa es otra cuestión, a plantear cuando el que controla el sistema con propósitos antisistema haya acabado con todo.
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