Opinión
Estatuas
Sí: el racismo es una infamia. ¡A extinguir! Pero derribar estatuas significa activar el racismo como foco de enfrentamiento, junto con una revisión embaucadora de la historia, para generar desestabilización en países como EEUU (siempre en la diana de una beligerancia comunista que lo considera la encarnación de todos los males capitalistas). Un ejercicio de perturbación, que consigue aprovechar la rabia y la frustración de las gentes, aumentadas e intensificadas por tres meses de confinamiento, de arresto domiciliario mundial. Pintar, destruir y tumbar estatuas es también una forma de censurar el pasado con los ojos del presente: algo que solo puede provocar dolor, resentimiento y deseos de venganza. O sea: división social, y una ventaja para quienes desean alimentar los disturbios en EEUU con la idea de sembrar el caos, y aprovechar así para debilitar al gobierno (en concreto, para derribar a Trump). Como he insistido aquí, los conflictos hoy se esconden, ya no son militares. Ahora las guerras son ocultas, rastreras, y no renuncian a ninguna artimaña. La ruindad de las guerras contemporáneas consigue que alguna de las partes ni siquiera sea consciente de ser objeto o sujeto de lucha. Y, por tanto, que tenga todas las posibilidades de perder. Cuando uno no sabe que libra una guerra, la pierde sin remedio. Las estatuas caídas, al ser destrozadas y tiradas por el suelo, simbólicamente arrastran con ellas el pasado, pero sobre todo erosionan el presente. Dicen que la historia cuenta la versión de los «vencedores». Quienes tiran las estatuas están convencidos (por la propaganda ideológica que canaliza la fuerza de su ira) de que forman parte de los perdedores. No quieren ver que esa historia de éxito es también la suya. Que sin Lincoln, Churchill o Colón, hoy ellos no tendrían libertad ni para destrozar estatuas. Abatir efigies es una manera de revisar la historia, el ayer, juzgándolo con la mirada del hoy: algo que solo puede provocar un odio feroz que lleve al activismo político, a la insatisfacción ideológica, y que por lo tanto consiga el milagro de movilizar, generar descontento, enojo, y conducir a las urnas a un electorado que precisa estar muy enfadado para votar. Además, el segundo gran objetivo cumplido es que provoca división social. Un árbol cuyas nueces recoge el narcomunismo. Raudo. Encantado de la cosecha.
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