Opinión

Humo

En la Alemania revolucionaria de 1919, Max Weber reflexionó sobre «La política como vocación» y sobre los políticos «profesionales». Fueron tiempos aún más disparatados que los presentes, cuando el ardor de unos «anarquistas de café» logró proclamar «La República Soviética de Baviera», muy efímera (duró menos de un mes), aunque contribuyó a la caída de los monarcas de Alemania. Su fogosidad leninista no consiguió, sin embargo, implantar el socialismo ni el comunismo, aunque fue extremadamente (valga la redundancia) eficaz generando escasez, caos social, desorden público, censura y falta de libertad. Mientras algunos intelectuales contribuían a destruir Alemania, Weber cavilaba sobre el sentido moral de la vocación del político. Para él, un político debe poseer la pasión necesaria para entregarse a una causa, inspirada por determinados ideales, pero sin olvidar unos fines objetivos, lejos de la «pasión estéril» del intelectual metido en política que se deja envolver por un atolondramiento revolucionario que suele arrastrar al caos más devastador. Además de estar al servicio de una «causa», el político debe poseer una clara «responsabilidad» que oriente su acción. La pasión política siempre ha de estar sometida a la responsabilidad, y a la mesura o sentido de la medida. El político para Weber debe ser una persona templada. Convicción, responsabilidad y mesura, serán sus principales cualidades. Y como contrario, como anti político y farsante, señala al temible demagogo, un vanidoso pendiente de sí mismo, carente de convicciones, ansioso por alcanzar el poder, falto de fines y proyectos que no sean su propia carrera, su interés particular. Este tipo de personajes, dice Weber, incluso cuando alcanzan algunos éxitos, llevan consigo «la maldición de la inanidad»… Ha pasado un siglo y hoy seguimos teniendo políticos que encarnan a la perfección el mal de la inanidad, del engaño. Quizás consigan un primer éxito porque logren arrastrar consigo a algunos crédulos debido a las promesas que lanzan a los votantes, como maná subvencionado, mentiras envueltas en dinero que no existe, que solo podría salir de los propios bolsillos de los mismos clientes que esperan recibir un pago. Así, con propinas fantasma, o aprovechándose del dolor y la necesidad, seducen a parte del electorado. Pero, cuando carecen de una ética de la convicción y de la responsabilidad, terminan fracasando en las urnas. Para luego desaparecer como humo. Pues humo son.