Opinión
Conspiración
Tengo un amigo rendido ante las teorías de la conspiración que circulan por internet. Para él, el Club Bilderberg es una inocente tertulia sobre lecturas juveniles al lado de las fuerzas malignas que –me asegura con total convencimiento y seriedad– operan en las sombras, tratando de conducir a los habitantes del planeta hacia un destino diabólico, perverso y fatal. Según él, existe una red mundial de satánicos, y de pederastas poderosos y organizados muchos de los cuales saldrán a la luz después de que «cante» la madame de Jeffrey Epstein (conocido depredador sexual de niñas: prostituyó a miles, al parecer), y de que el FBI haga públicas las grabaciones secretas de ese financiero millonario… Al que no debemos confundir con su colega en depravación, Harvey Weinstein (Epstein y Weinstein son los Milly y Vanilli de la degradación y bajeza humanas). Según mi amigo, estamos en manos de degenerados como esos, y de sectas indecorosas. Pero no solo los conspiranoicos como él sospechan. El coronavirus, dicen otros, ha sido la excusa perfecta para institucionalizar la mentira, justificar la opresión, intensificar la conjura y los ataques destructivos… Para tomar decisiones políticas de calado poco apropiadas, enloquecidas, nada sabias. Y que por eso mismo parecen turbias. Es fácil así caer en la tentación conspiranoica, pensar que se han realizado órdenes, que aunque no obedezcan exactamente a un plan preconcebido –¿es razonable que alguien, hoy día, desee, o utilice, la muerte de miles de ciudadanos como instrumento político…?–, sí tienen como objetivo aprovechar la situación de caos. Aunque está por ver si todo esto ha sido un nuevo golpe al modelo «liberal» occidental. Algunos políticos han fomentado las sospechas conspiranoicas al haber optado ante la pandemia por seguir el modelo chino. En vez de imitar a los «vecinos» de China, históricamente expertos en sortear eficazmente todo lo malo que proviene del gigante asiático, se han lanzado a aplicar los métodos del Partido Comunista Chino en países occidentales. Seguro que no lo habrán hecho por maldad –como piensan conspiranoicos como mi amigo–, sino por miedo, imprevisión, desconcierto… También por estulticia, por bisoñez, porque nadie tenía precedentes con los que afrontar una situación semejante. Pero, claro: lo cierto es que han preferido dejarse conducir por el propio problema antes que pensar prudente y racionalmente en cómo resolverlo. Conspiración servida.
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