Opinión
Objetivo
Hoy los reyes, supuestos cargos vitalicios, pierden la corona, mientras los elegibles por votación se ensamblan a tronos proclamados democráticos, indefinidamente. No solo estamos sufriendo una terrible crisis sanitaria, y las demoledoras consecuencias económicas de no haberla gestionado con racionalidad, sino también una crisis institucional sin precedentes. Todas las instituciones del Estado, en las que se fundamenta la democracia, se tambalean, padecen un trance de credibilidad, desde la justicia y sus tribunales a partidos políticos y sindicatos, pasando por Fuerzas Armadas y Administración, y llegando a la Corona. Dos sucesivas y espeluznantes recesiones económicas –la de 2008 y la actual de 2020– han sido el chispazo que ha prendido este incendio devastador. Cuando falta el dinero, todo se derrumba en un mundo materialista hasta la fatalidad, que solo mantiene apariencia de tranquilidad por interés, donde solo el provecho, la ganancia, es capaz de atemperar incluso el odio secular. Muchos que antaño tapaban los destemples poco éticos del rey Emérito, hoy callan, o se declaran republicanos, sobre todo si dependen de alguna subvención que pueda otorgarles un cargo de Podemos. El CNI ya no es capaz de controlar a la última «girlf» (novia) de Juan Carlos I. Las extranjeras, por muy entrañables que sean, no le tienen tanto miedo al poder coercitivo del Estado como una «starlet» de Murcia. La depauperación de España ha extremado las posiciones. Y, aunque la democracia sea el gobierno de una mayoría que respeta a las minorías, nunca como ahora una minoría radical había impuesto su voluntad, avasallando e infligiendo su agenda y sus fines a la mayoría. La situación no ha favorecido el consenso y los pactos, sino que ha exacerbado las actitudes, de manera que las posturas más agresivas, incluso violentas, ganan ventaja. Mientras, los tibios y dubitativos jamás conquistarán el reino de los cielos de la Administración pública, de la moqueta palatina, del mullido asiento de coche oficial con chófer y guardaespaldas bien educados, del subsidio gubernamental libre de impuestos… Antaño símbolo de la unidad de la nación, la Corona hoy tiene más espinas que oros. Quizás porque un elemento esencial, definitivamente fracturado, es eso de «la unidad» de los españoles que la Corona decía representar. Cuentan que hay una ofensiva contra la monarquía. No es cierto: el objetivo es España. Y ya queda poca. Qué tiempos.
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