Opinión

Los pijos

A mí, la verdad, es que me caen bien los pijos. Tengo que reconocer que me causan mucha ternurilla, así como con las mismas ganas de abrazarles que de darles capones por todo un parque municipal. El pijo playero es muy gracioso: sabe que tiene que compartir arena y playa, pero no le mola. Por eso su espacio, su cacho, su trocico, tiene que ser el más grandecito para que se note que tiene poderío. No le vayas a poner un pie en su terreno, ni cerca de su toalla, porque el pijo playero en ese momento va a ser el más garantista del mundo. Oiga, Vd no puede pasar por aquí. Vd tiene que estar donde marca la normativa del ayuntamiento y no se puede cantear ni un centímetro, o me subo al hotel que tiene todo de pago. El pijo playero, en ese momento, piensa que Illa es un flojo y que, a las cosas españolas, y es una pena, ya se deja entrar a cualquiera. En otros lugares tienen menos escrúpulos, véase una plaza de toros. Aquí la normativa dice que se puede ocupar un cincuenta por ciento, pero no se dice cómo, así que a mí no me mire que estoy salvando la fiesta nacional y el patrimonio cultural patrio. Ahora bien, el más encantador de los pijos es el que, en nombre de la defensa de la música, de los músicos y de los festivales, se ha plantado en Marbella para alentar a Taburete, y lo ha hecho como se hacen las cosas entre los pijos: sin distancia, sin mascarilla y sin disimular. Las redes se han saturado de vídeos de la actuación del grupo del gran Willy, con todos esos seres privilegiados que, sin temor al contagio y al margen de las reglas que rigen para el resto, pudieron dar rienda suelta a sus inquietudes y presumieron de toda esa libertad, qué paradoja, de la que tanto se quejan cuando les ampara a otros. Ah, los pijos, qué enternecedores y cómo manejan de bien la manga del embudo.