Opinión

Demarquía

Demarquía significa «democracia por sorteo». Los votantes de democracias tradicionales han elegido a payasos (el payaso Tiririca, Gruñón, obtuvo escaño en las elecciones de Brasil). Un rapero, reconocido bipolar (marido de una Kardashian), intentó presentarse para presidente de EE UU. Existe un yayopartido. Hay jugadores de fútbol y concursantes de Gran Hermano en política. Actores con papeles de políticos en la tele, se dedican después a la política con éxito (quizás porque los votantes ya no distinguen realidad de ficción). Okupas dirigiendo instituciones cruciales. Antisistemas en consejos de ministros. Infiltrados de naciones extranjeras (nunca vimos nada igual) administrando los destinos de distintos países… Lo que no hace mucho, en cualquier lugar medio serio, sería tomado como un delito de traición (dejar el poder derivado de la soberanía nacional en manos de «empleados» encubiertos de potencias extranjeras), hoy el votante —hastiado, poco informado, a veces frívolo, manipulado, excesivamente ideologizado, muy cabreado…— se lo toma a broma, sin darse cuenta de que su voto contribuye a dinamitar su presente e hipotecar su futuro y el de sus hijos. Muchos candidatos son votados entre la ignorancia y la ira de los electores. Cualquiera de mis tías hubiese sido una ministra (incluso de Hacienda) compasiva, honrada, sensata y hasta milagrosa, que pondría el bien común por encima de todo interés personal, villarejadas varias o presiones lobistas. Y la vida nos demuestra con frecuencia que aquella sentencia de Zapatero: «Gobernar es fácil, cualquiera puede gobernar» es absolutamente cierta. Una verdad irrefutable. Además, no sé usted, pero en mi vida he tenido días en los que he pensado que estoy harta de que me digan cómo debo vivir cuatro modorros a los que ningún mérito avala, excepto el de conocer los «trucos» del sistema y saber encaramarse arteramente a él para extraer sus recursos (generados con el trabajo de incontables pringados como yo). La demarquía rifa el poder: se basa en elegir aleatoriamente a un grupo de ciudadanos funcionales mediante sorteo, junto con un cuerpo técnico, suprimiendo las elecciones y los partidos políticos. Y de paso una buena carga del gasto ingente, estulticia, odio y corrupción que nos devoran, un lastre de pobreza que erosiona a numerosos países del mundo. Que estarían mucho mejor provisionalmente en manos de la tía de usted. O de la mía. (Poca broma).