Opinión
Surf
El otro día conocí una noticia de esas (demasiadas) a las que una no consigue dar crédito. (Estoy como los bancos: que no doy crédito). Una joven, que había dado positivo en Covid-19, fue detenida en Donostia por hacer surf. Las fuerzas del orden se movilizaron con diligencia, como si la playa de Zurriola estuviese sufriendo una invasión nazi en los años 40 del pasado siglo. Al conocer el suceso, me pregunté: ¿y cómo saben que ha dado positivo? ¿Lleva consigo un cartel anunciándolo?, ¿una camiseta de neopreno donde puede leerse: «Soy una apestada coronavírica y vengo a contagiar a la fauna marina y a infectar a la humanidad…?». Luego supe que la «delincuente» es socorrista, y que fueron sus propios compañeros quienes la delataron (da gusto vivir en estos tiempos que favorecen encantadoramente los buenos ambientes de trabajo)… Agentes uniformados y varios policías provistos con buzos y material de protección (mon Dieu) la sacaron esposada de la playa, aunque tuvieron que esperar una hora a que la bronceada forajida diera por concluida su sesión deportiva. Resulta fascinante que un Estado que tolera, estimula, alienta, protege e incluso da cobertura institucional a todo tipo de malhechores y quebrantadores de la ley, sea tan afanoso y aplicado a la hora de perseguir a estos «positivos» (que no enfermos, porque son personas que han dado positivo en un test que es capaz de detectar incluso restos de infección de las antiguas paperas infantiles de algunos jubilados). Robos, okupaciones, descuartizamientos… y otras imaginativas formas de delinquir son sobrellevadas con gozosa complacencia por parte de la autoridad. Pero el positivo en Covid-19… ¡hasta ahí podíamos llegar! ¡La surfista impaciente merece ser juzgada en la Corte Penal Internacional! Episodios policiales semejantes al de la surfista se ven a menudo en Perú, China y etc. Y aquí, como siempre, las pandemias nos pillan bien dispuestos a seguir la estela de la vanguardia mundial, aplicando métodos rigurosamente avanzados como detener surfistas genocidas en su salsa marina. No hay que ser negacionista (¿a qué cráneo privilegiado se le ha ocurrido utilizar esa palabra tan frívolamente, por cierto…?) para pensar que, cuando pase un tiempo y se pueda analizar y contar tranquilamente lo que está pasando –sin peligro de cárcel– se hará necesario pedir responsabilidades a quien corresponda por tanto deletéreo disparate.
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