Opinión

Confinar

Los bares están cerrando, arruinados la mayoría después de un larguísimo y absurdo confinamiento, de los más brutales del mundo. Después de China, hemos sido campeones en enclaustramientos pandémicos. Incluso ya estamos superando a la República Popular en esto, y mientras en el gigante asiático el PCCh ordena fiestas multitudinarias, por estos lares se prohíben hasta las reuniones privadas. Pero, incluso quienes vivieron largos y terribles años con la peste negra, sabían que en las pandemias hay que confinar a los enfermos y a los que se encuentran en riesgo de enfermar, a los vulnerables, no a toda la población. Enclaustrar grandes grupos de seres humanos –de barrios a países– solo logra provocar mayores males de los que se pretende evitar. Así se cumple al pie de la letra aquel refrán que sentencia: «Es peor el remedio que la enfermedad». Las pestes enseñaron lecciones, aprendidas a costa de mucha sangre, que la humanidad nunca debió olvidar y que siempre son útiles aunque transcurran los siglos: la importancia vital de la higiene (lavado de manos, ventilación, evitar el hacinamiento…), y aislar a los enfermos y a los barcos (entonces) recién llegados durante un periodo de 40 días (de donde procede el término «cuarentena»). Desde luego, a nadie se le ocurrió que el confinamiento tuvieran que sufrirlo las personas sanas. Hoy se actúa como si no hubiésemos aprendido nada de la historia. Y así es, por supuesto. Por eso cierran negocios, escuelas, bares… La vida entera. Habrá quien diga que eso tiene sus ventajas y que estos encierros feroces nos homologarán con otros países a los que alguien (me gustaría saber quién) ha tomado como modelos. No sé. A lo mejor esa gente mandamasa (que manda sobre la masa) lleva razón en el fondo y todo esto nos disciplinará a la fuerza. Y así quizás pronto dejaremos de ser españolazos ruidosos y de socializar a grito limpio (a «grito sucio», dicho en términos coronavíricos) esparciendo civilizaciones enteras de virus por el aire. Cuando llegue ese día, ya cercano, todos beberemos sentados en la calle, solos, y con una caja de 20 cervezas al lado. Con la mascarilla puesta y sin amigos. En silencio. Y llorando.