Opinión

Los calzoncillos de Mike Tyson

Mike Tyson es un ídolo derribado por su propia fuerza. Un Sansón de sí mismo. Regresa del infierno con unos calzoncillos negros de Versace. En el pesaje, la greca de la cinturilla resultaba tan hortera como compasiva. Es taparse las pelotas con un cordón umbilical de oro del que jamás puede escapar un ejemplar de barrio. El hombretón que un día cambió la furia por el odio a dentelladas, hasta cargarse una oreja, se arroja a la lona recién nacido. Un bebé que nace pegando. Hay figuras que intentan rehabilitarse con la cuenta corriente cuando han gastado la vida entre sudor y vaselina. Toreros que vuelven fondones a decirle al Miura a ver si me matas ya y acabamos de una puta vez y cantantes con peluquín que harían elegante al Dioni. Hasta Maradona hizo un regate al misterio de vivir que le ha costado que lo entierren como a un gitano faraón y que todo el mundo se compadezca de los golpes que le dieron pero no los que propinó él en la carne de los demás. Zeus riéndose de los hombres.
En el aburrimiento sin guantes de estos días nos reconforta que personajes como Tyson resurjan e intenten bailar como Jake LaMotta en los créditos de «Toro salvaje» aunque en lugar de «Cavalleria rusticana» suene más a perro callejero de Los Chunguitos. Un potro de Vallecas convertido en pantera negra. Nos gustan porque son reales y no «realities». Acostumbrados a la anestesia de maromos carroñeros y busconas de la tele, no puede encerrar más épica un decadente que huye de su destino en un arte, el del boxeo, tan literario y tan boicoteado que sería el toreo de Las Vegas. Pasamos los días encerrados en un táper de plástico fino y cuando llega del exterior un poco de salsa picante nos ponemos dulzones como aritos de cebolla. Si es cierto que se aprende a guantazos, Tyson es un premio Nobel, y los mortales que todavía quedamos con la puerta repintada por la peste, unos cobardes incapaces de enfrentarnos a una situación que nos mantiene en la lona, inertes y balbuceantes. Peso pluma. Igual es cuestión de cambiar de calzoncillos. Creernos héroes sin aplauso.