Economía
¿Un remedio básico ante nuestra peligrosa situación económica?
Se detectan problemas serios en la calidad del factor humano, formación de empleadores y empleados y del conjunto de la población española
En estos momentos, son notables las amenazas inmediatas que se alzan ante España. Por un lado, el enorme déficit presupuestario, olvidando las exigencias derivadas de que la peseta, dentro de unos días, no va a ser más que un recuerdo sin la menor posibilidad de servir para la economía; por otra parte, hay que reaccionar como consecuencia de una crisis energética forzosa ante el medio ambiente; no es posible olvidar tampoco que la pandemia da la impresión de tener consecuencias a largo plazo; la novedad del auge en la economía mundial en Asia motiva que el mundo de la Unión Europea, donde se encuentra España, pasa a tener problemas serios; pero no se puede ignorar que la revolución digital avanza en todos los sectores y cambia radicalmente posibilidades tradicionales. Ante todo ello no existe otro remedio que mejorar la productividad de nuestra economía, y para saber por dónde conviene iniciar este proceso, es preciso destacar la importancia de lograrla, cuando perduran en mil ambientes, vinculados a los más altos niveles gubernamentales actuales, tesis contrarias al mensaje que impulsa la economía libre de mercado. Afortunadamente, para que la opinión española rechace esa oposición, debe destacarse la aparición de un libro importante, editado por la Fundación Ramón Areces, donde Andrés Betancor, Emilio Huerta, y Amadeo Petitbó publican tres aportaciones, cada una de las cuales es un libro original, pero que se ha encuadernado conjunto en un solo volumen, titulado «Defensa de la competencia: innovación y control en el contexto de la tradición intervencionista». Se trata de un volumen que debe tener un impacto grande en la sociedad, por reunir tres trabajos, absolutamente independientes entre sí, pero con planteamientos que merece la pena ser expuestos, incluso críticamente. En este caso, creo debe destacarse, en estos momentos en que la crisis económica nos golpea, el de Emilio Huerta titulado «Competencia, innovación empresarial y productividad: el papel de la defensa de la competencia en la prosperidad de España», donde indica algo que pasa a ser fundamental para el futuro del país: si abandonamos esa política volveremos al desastre soportado en nuestro país, allá cuando se inició, al comienzos del siglo XIX, la Revolución Industrial. Y el problema sigue teniendo la misma actualidad que cuando preocupaba a Jovellanos. Señala el profesor Huerta que: «Los trabajos seminales de Schumpeter (1943), Solow (1956,1957), Stiglitz (1986,1994), Greenwald y Stiglitz (2016,) Pisano y Shih (2012), Porter (1987,1986, 2002) y Christensen (1997), todo crean un conjunto en el que reconocen que la innovación es el elemento clave sobre la que se soporta, hoy, el crecimiento de una economía desarrollada». Y eso, inmediatamente, obliga a observar de qué modo no puede surgir la innovación si el mercado no acompaña adecuadamente. El profesor Huerta, aludiendo a lo que ha sucedido en España, muestra (pág. 187) cómo, en el auge expansivo iniciado en 1995 y que dura hasta 2008 –fecha de la catástrofe generada durante el gobierno de Rodríguez Zapatero–, habíamos pasado de ser un país donde la mayoría de los ocupados tenía estudios básicos a tener una mayoría de trabajadores con estudios postobligatorios y un 40% de los ocupados con títulos superiores, bien universitarios o de formación profesional superior. Ello significa que los servicios del trabajo ofrecidos deberían aumentar por la mejora en la calidad del capital humano existente. ¿Y por qué sucede esto? Estos puntos de vista del profesor Huerta indican por dónde se debe orientar la economía, aunque, en esos momentos, no se percibe. En las págs. 231 a 252 se hace un análisis importante, titulado Innovación, el papel de los mercados y las empresas, con estas frases adecuadas: «En el modelo de competencia perfecta se considera que el oferente paga todos los costes que existen por producir y llevar el producto al mercado y el comprador recibe todos los beneficios de consumir el bien» (pág. 237). Lo señalado se completa con un muy valioso pensamiento: «Se constatan deficiencias en el entorno macroeconómico e institucional de la economía española. Hay rigideces y mal funcionamiento en mercados esenciales para la asignación de los recursos. Se detectan problemas de tamaño empresarial y composición sectorial. Hay una estructura industrial con predominio de actividades de moderado valor añadido y relativa sofisticación tecnológica. La inversión pública y la que realizan las empresas en recursos intangibles es modesta y está alejada de la que se reconoce en países con los que se compite. A pesar de los avances y mejoras planteados en la educación a lo largo de los últimos 20 años, se detectan problemas serios en la calidad del factor humano, formación de empleadores y empleados y del conjunto de la población española” (pág. 253). Y eso es lo necesario para el desarrollo, ampliando la existencia del mercado libre que señala el artículo 38 de la Constitución.
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