Meghan Markle

Me encanta que los planes salgan bien, Meghan Markle

Conviene saber cuáles son las reglas y con quién te juegas los cuartos

En mi cabeza, todo funciona mejor antes de que suceda o de que me ponga a hacerlo. Los artículos que voy a escribir son increíbles en potencia. Luego ustedes leen la versión más pobre que soy capaz de escribir, porque me da una flojera tremenda vivir. Pero unos días o unas horas antes, he visualizado arranques de párrafos magnéticos, vocabulario epatante y hasta las comas en su sitio. Y no les cuento de cómo me va a salir la tortilla de patatas cuando fantaseo con hacerla.

Sin embargo, la realidad está escrita en prosa. Ahora mismo pienso en qué será de la Semana Santa en casa, sin reuniones de no convivientes y sin salir de Madrid. Me la presento como un dulce parnaso de paseos y lectura en el sofá pero seguro que acabo comiéndome el fuet a mordiscos y echándome una siesta de tres horas. Imagino que es algo que experimentas igual cuando decides formar un gobierno de coalición. Da lo mismo que tus nuevos socios te hayan dado pesadillas dos meses antes o que hayas posado en la misma foto como muro de oposición y reserva de Occidente. La democracia son ilusiones, que decían Los Chichos. En la vida pasa igual: compras algo en Ali Express o confías en el «efecto Illa» para dar un vuelco electoral basado en el carisma personal del sujeto: el caso es el mismo y hay un montón de memes que lo explican. Sucede que la realidad es tremenda y termina por quitarte la inmunidad parlamentaria justo en el cénit de tu propia ensoñación. Creo que, cuando se lo dijo a sí misma, Meghan Markle se repetía: «Voy a entrar en la familia real británica». Y le pareció una gran idea. Lo volvió a pronunciar en voz un poco más alta y engolada, como de regia introducción. Sonaba bien, maldita sea. «Seguro que puedo encajar en este maravilloso grupo humano. Yo me adaptaré a ellos y ellos a mí, ¿es lo que hacen las familias, no? –se autonvencía–. No entiendo por qué dicen que se comportan como una manada de hienas», pensaba la recién llegada los primeros días.

Y, de nuevo, la realidad. Después de que su cuñada la hiciera llorar (la delicada Kate, que es muda y buena de puertas para afuera) y de escuchar comentarios racistas, se dio cuenta de que el té de las cinco en Buckhingham Palace no es como asistir a las reuniones de amigos del huerto urbano sino como una merienda de quebrantahuesos en las cárcavas, con voz de Félix Rodríguez de la Fuente incluida. El trato que ha recibido es injustificable y repugnante, aunque, si se me permite, bastante previsible. Conviene saber cuáles son las reglas y con quién te juegas los cuartos. Todo lo demás, en la democracia y en la familia, son ilusiones.