Famosos

Espejismo de intimidad

Así que todas estas figuras populares en realidad nos están haciendo un poco de trampa cuando nos dan a entender que están revelando intimidades

En España mueren del orden de cien personas cotidianamente por coronavirus, mientras nosotros permanecemos pegados a la tele embobados y boquiabiertos, pendientes de las intimidades de Meghan, Rociíto o Miguel Bosé. Deberíamos recordar que, en innumerables partes del mundo, aún quedan muchos semejantes bajo regímenes totalitarios a los que se les impide administrar libremente su propio acontecer; es decir, su intimidad. Homosexuales en Rusia, demócratas en Cuba, mujeres en Irán, opositores en Venezuela… todos ellos no tienen vida verdaderamente privada porque su vida pertenece como propiedad privada a unos déspotas.

Al fin y al cabo, el logro de los derechos civiles –que hemos ido conquistando poco a poco desde la antigua Grecia– parte de la posibilidad primera de que cada ciudadano pueda cerrar con llave el espacio dónde vive. Para que pueda existir un espacio y un poder público es necesario que, por contraste, nadie pueda violar la privacidad individual de cada persona si no es por razones de interés público definidas por la ley; es decir, con un mandamiento judicial. La perversión de esos sistemas de garantías es lo característico de los sistemas totalitarios, sean políticos o sociales. Por eso Virginia Woolf pedía en «Una habitación propia» un espacio personal que no era otro que el de la intimidad libremente gestionada. En el fondo, a quien se le niega la vida privada y la intimidad se le está negando también el derecho a una vida pública.

Así que todas estas figuras populares en realidad nos están haciendo un poco de trampa cuando nos dan a entender que están revelando intimidades. En verdad, lo que están haciendo es escoger aspectos de su privacidad a los que cambian su estatus de restringidos para hacernos de ellos un relato público. Porque la intimidad sería el control y la administración libre del propio devenir, mientras que la privacidad sería el conjunto de reglas que usamos para gestionar esa intimidad. Al final, todo resulta ser poco más que un espejismo, que nos permite vislumbrar lejanamente algo de su intimidad, pero no acceder a ella. Y, mientras tanto, a nuestro alrededor, el prójimo sigue muriendo y siendo maltratado de una manera contumaz.