Jorge Vilches

El «sí se puede» cambia de bando

Los madrileños se han dado cuenta de una máxima liberal: no hay que ahormar el orden social a un proyecto político, sino al revés

La victoria del PP este 4-M puede ser el acontecimiento que marque el inicio de una alternativa liberal y nacional al sanchismo, que pasa por la reunificación de la derecha. El PSOE se ha beneficiado de la división de sus adversarios. Alimentaron la separación del electorado entre PP, Ciudadanos y Vox, con la convicción de que así nunca habría una alternativa al sanchismo. Ahora eso se puede revertir.

El votante de Ciudadanos en Madrid ha vuelto al PP. Esto ha sido por la mala gestión del equipo de Aguado, que mostró ansiedad por lanzarse en brazos del sanchismo en cuanto empezó la pandemia, en marzo de 2020. La tarea de Edmundo Bal para retener al votante de centro-derecha era imposible toda vez que Arrimadas se ha acercado al sanchismo, y ha intentado mociones de censura en Murcia, Castilla y León, y Madrid. La vuelta de esos votantes centristas también ha sido posible porque Pablo Casado se separó de Vox en la moción de censura de Santiago Abascal en septiembre de 2020.

Además, el PP de Madrid ha ganado la confianza de antiguos votantes de Vox que se han visto representados por la presidencia de Ayuso, e incluso de socialdemócratas. El antisanchismo ha sido un aglutinante decisivo en estas elecciones, que parecían un doble plebiscito, una consulta sobre la gestión de Ayuso y la de Sánchez. En Madrid siempre se vota con un ojo puesto en el resto de España. De ahí que el lema de campaña cambiase de un equívoco «Socialismo o libertad», o «Comunismo o libertad», a uno con más enganche: «Sanchismo o libertad».

La campaña de Ayuso y el PP de Madrid ha sabido convertir la palabra «libertad» en una emoción contrastable por la realidad. Es el realismo que debe animar a todo liberal. Es la conservación de la libertad frente a la injerencia de los supremacistas morales que quieren poner a las personas bajo el yugo de la subvención. Los madrileños se han dado cuenta de una máxima liberal: no hay que ahormar el orden social a un proyecto político, sino al revés. Es decir; los gobernantes están para servir a los intereses de las personas, y no al revés como pretende la izquierda, que quiere que la gente construya el sueño político del dirigente.

Ayuso y los populares madrileños han convertido en mensajes sencillos la cotidianidad de la gente, consiguiendo una empatía prácticamente inédita. La Presidenta parecía una persona común más, enfrentada a la negligencia del gobierno sanchista que mentía sobre las cifras, abandonaba a la región, y que quería usar la pandemia para derribar al gobierno madrileño. La mayoría ha visto en Ayuso a una persona que se ha partido la cara por la gente. La imagen de valentía y servicio público, de esfuerzo extenuante, ha sido más poderosa que la apelación al miedo y al odio que ha hecho la izquierda, o a la promesa de subvenciones sin fin.

Los populares se han dedicado a tratar a los madrileños como adultos capaces de llevar sus propias vidas, sin necesidad de un Estado paternalista y de ingeniería social. Esa es la emoción de la libertad convertida en práctica cotidiana, en el principio que da sentido a coger las riendas de tu propia vida. Es un modelo que se aleja del que promueve la izquierda, el del político acostumbrado a regañar al pueblo porque no habla, se comporta o piensa lo que él quiere.

La «madrileñofobia» desatada por el sanchismo, el comunismo podemita y los nacionalistas ha servido para consolidar el proyecto político de Ayuso, reforzando la empatía entre la ciudadanía y la dirigente. No es regionalismo, y mucho menos nacionalismo, es el viejo patriotismo de los clásicos: el amor a la comunidad que permite la libertad cotidiana.

Ese discurso liberal ha conectado con la cotidianidad de la gente corriente mucho más que hablar de paraísos futuros igualitarios y ecofeministas, que pasan por la corrección de sus costumbres, lenguaje y gustos. Esto ha sido gracias al papel de Ayuso durante la pandemia, que se ha comportado como el detonante de ese subconsciente liberal: la pandemia no suspende la libertad.

Por eso funcionó muy bien el contrato social implícito entre el gobierno del PP y la gente de Madrid, consistente en luchar contra la Covid-19 y mantener la economía.

El planteamiento de Ayuso no ha sido por generación espontánea, sino el resultado de la herencia liberal-conservadora del PP de Madrid desde Esperanza Aguirre hasta Pablo Casado. Ayuso ha sido el reflejo de una mentalidad que hasta ahora no había sabido expresarse con tanta claridad y sencillez. Ha conseguido empatizar con la gente con frases llanas, comportamientos comunes y respuestas ingeniosas a los ataques de la izquierda, fuera de la corrección política. Eso ha logrado que la gente se identifique con ella: es una persona como nosotros que nos defiende.

El PP temía el «efecto Churchill»: muchas gracias por los servicios prestados durante la guerra, te queremos, pero ahora vamos a votar a la izquierda porque necesitamos política social para la reconstrucción. El sanchismo, y en especial Iván Redondo y Félix Bolaños, no han sabido utilizar este factor. Podrían haber hecho ese discurso de agradecimiento a Ayuso y hablar de pasar página para reconstruir Madrid, pero estaban atados a una trayectoria de ataques constantes a la Presidenta. Hicieron política con la pandemia para beneficiar a Sánchez y sin pensar en los madrileños, y ese era el comentario de la gente en la calle. Solo podían haber dado la vuelta a esa sensación aplicando el Plan de Reconstrucción, pero han sido muy lentos.

Esa lentitud sanchista es una constante. Ayuso ha tenido la iniciativa en todo momento, lo que ha obligado a la izquierda a ir por detrás. Esa es la forma de ganar la batalla cultural, no responder a lo que los socialistas proponen. La fórmula, en definitiva, es práctica para construir una alternativa liberal al sanchismo que, como han señalado las urnas, pasa por la reunificación de la derecha. El «sí se puede» ha cambiado de bando. Comienza la alternativa liberal.