Más Madrid
La alternativa de la berderecha
Están en sus batallas culturales cuando el común quiere rascarse los sobacos
Socialista es el político, no el votante, que aquí se confunde la parte con el todo, que cuando se pone a dar un discurso se le aparece la berderecha en la barra de un bar y se descoloca porque aún no ha aprendido que es desde donde se asalta en realidad los cielos porque el que sirve, no el que consume, está en la gloria. La izquierda quiso dar un aire tabernario al pacto de los botellines, de cuando se fagocitó a Izquierda Unida, pero se encontró que los habían echado como a los borrachos de los locales con una patada en el culo que marcó en las posaderas la suela de los zapatos del madrileñito. Como en los tebeos. A lo único que aspira es a salvarnos aunque todavía no sabemos de qué, como si al votar estuviéramos hipnotizados por un Fu Manchú fascista rodeado de señoritas abducidas en camisón. A la progresía le ocurre que está en otro mundo de batallas culturales cuando el común ansía la paz de rascarse los sobacos sin que le sermoneen a cada paso con un rayo divino. Para eso está la misa y es optativa y también un poco berderecha. Podemos agoniza, cada vez más ensimismado en lo identitario, y se mira a Más Madrid como una izquierda sensata que no marca paquete ni coleta, pero que en el fondo ansía lo mismo: colgar a los machirulos, abolir el género, renegar de la Historia mientras demoniza los carteles sobre los menas de Vox sin darse cuenta, o sí, de que ellos tampoco pasan la prueba del polígrafo. No se engañen. Todos son lobos de la misma camada, solo que el macho alfa ha pedido una excedencia. La berderecha le ha tomado el pulso al pueblo mientras los socialistas y los comunistas quieren que se pare los latidos de las ciudades y marcar el ritmo de nuestras vidas. Se mandan tuits con poemas y canciones de adolescentes que merecerían un cachete si no los hubiera prohibido Zapatero. Lo que más les duele es comprobar que un obrero les haya traicionado porque son su excusa para levantar muros ideológicos. Pero si resulta que los obreros votan a la berderecha, ¿qué les queda? Es una cuestión casi metafísica para la que ni Ángel Gabilondo ha encontrado respuesta. ¡Eran los berberechos, estúpidos!
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