Jorge Vilches
El sanchismo, ante su examen
La única baza del sanchista es “la unidad”, el falso recurso del que han tirado desde el inicio de la pandemia y que no funciona porque nadie quiere ir detrás de un Gobierno fracasado
El sanchismo ha forzado el adelanto de las primarias andaluzas por miedo. Temen otro 4-M si Moreno Bonilla, el presidente de la Junta, convoca elecciones. El varapalo para Pedro Sánchez sería casi definitivo. El gran bastión histórico del socialismo perdido por su culpa. En 2018 podía culpar a Susana Díaz de la derrota, pero ahora, tres años después, la responsabilidad sería suya.
Al igual que en la política nacional, Sánchez ha preferido no hacer nada en Andalucía durante el último año, retrasar las decisiones y quedarse de perfil. La corrupción galopante del PSOE andaluz durante sus años de gobierno y el buen hacer de Moreno Bonilla han invitado al Presidente al tancredismo más estricto. Tampoco sus peones andaluces en Madrid han demostrado tener peso en aquella región. Han perdido poder Carmen Calvo, María Jesús Montero, y Alfonso Rodríguez Gómez de Celis, vicepresidente del Congreso, y hombre clave en las primarias de 2017 que dieron la victoria a Sánchez sobre Susana Díaz.
Las primarias no quieren plantearse como una revancha de aquellas, que fueron una auténtica guerra civil en el socialismo, pero lo parecen. A finales de 2016 la vieja generación se levantó en armas contra un Sánchez que planeaba pactar un Gobierno con Podemos apoyado en los independentistas, que ha sido lo que finalmente ha sucedido. Felipe González alertó del peligro, como ahora lo han hecho Joaquín Leguina y Nicolás Redondo, expedientados por Sánchez.
Aquellos días de 2016, los dirigentes territoriales del PSOE decían que esa alianza con el independentismo llevaría a que el voto moderado, socialdemócrata y constitucionalista se fuera a Ciudadanos, e incluso al PP. La cuestión era, por tanto, que sobreviviera el proyecto personal de Sánchez o el de los “barones”, el del PSOE clásico. Ante el ambiente guerracivilista, Sánchez convocó a la Ejecutiva e intentó un pucherazo. Sus hombres fueron pillados metiendo votos en la urna. Los socialistas votaron contra Sánchez y una gestora dirigió el partido.
Sánchez inició entonces una campaña de toque populista, dirigiendo a la militancia contra el aparato. Podemizó al PSOE. Su discurso fue una vuelta de tuerca zapaterista: nada con el PP, todo con los enemigos del PP. Nada pudo hacer Susana Díaz a pesar del respaldo de socialdemócratas y constitucionalistas. Dio comienzo entonces el sanchismo, ese plan desesperado por alcanzar y aferrarse al poder como sea, sin responsabilidad alguna sobre España ni su partido.
En estas primarias de 2021 se han invertido los papeles. Susana Díaz es la candidata de militancia, apoyada en la cercanía y el conocimiento de todo el partido. En una campaña para dirigir una organización regional es decisivo el contacto directo con alcaldes y portavoces, y poder tutearse con las direcciones locales. Es imprescindible saber su historia, problemas y aspiraciones, y eso lo domina Susana Díaz. Por eso está recorriendo pueblo a pueblo apelando a la raíz socialista, a la trascendencia vital del arraigo emocional que diría Simone Weill.
Espadas, sin embargo, es el peón del sanchismo en Andalucía. No es fácil hacer campaña sin conocer minuciosamente el partido, a contrapelo de las provincias orientales, recelosas con el alcalde de Sevilla. Tampoco lo será si Sánchez decide apoyar a Espadas públicamente. Es más; saben que el sanchismo ya se vende muy mal, es una marca de fracaso, negligencia y cesión a los que quieren romper el orden constitucional. De ahí que Espadas se niegue a hablar de política nacional, y Susana Díaz sí lo haga. La única baza del sanchista es “la unidad”, el falso recurso del que han tirado desde el inicio de la pandemia y que no funciona porque nadie quiere ir detrás de un Gobierno fracasado.
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