Editorial

La fatal incompetencia de Exteriores

La decisión del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, de viajar de urgencia a Ceuta y Melilla es, sin duda, un gesto necesario de reafirmación de la soberanía nacional y envía, además, una advertencia directa a las autoridades marroquíes sobre la vigencia de unas líneas rojas que no se pueden sobrepasar. Dicho esto, que ilustra la gravedad de la crisis diplomática abierta con el Reino de Marruecos, no es posible ocultar la absoluta incompetencia demostrada por los responsables de nuestra política exterior a la hora de gestionar una crisis, por otra parte, perfectamente previsible una vez que los servicios de Información de Rabat descubrieron que el líder del Polisario, Brahin Gali, había sido acogido en España bajo un nombre supuesto y a petición de Argelia. Que, ahora, el ministro del Interior, Fernando Grande Marlaska, aduzca que estaba en contra de tal decisión añade gravedad al hecho, no sólo porque traslada la responsabilidad del fiasco a otro miembro del Gabinete, algo insólito, sino porque es una confesión paladina de la inacción y la falta de previsión gubernamental ante la eventualidad, nada remota, de que Marruecos tomara represalias. Tal vez, la ministra de Exteriores, Arancha González Laya, carezca de experiencia directa en el trato con nuestro vecino del sur, pero, con toda seguridad, debe quedar alguien en el Ministerio que sepa lo que se juega Marruecos en el Sahara y aconseje la estrategia a seguir ante un problema que, por supuesto, no es nuevo y representa el principal motivo de fricción con Rabat. No es cuestión, ni mucho menos, de aceptar la posición marroquí sobre la antigua provincia española, sujeta, además, a una resolución de la ONU, ni de que un gobierno extranjero se arrogue el derecho a decidir a quién damos asistencia hospitalaria, pero es evidente que, en este caso, se ha faltado a la mínima cortesía con un país vecino, con el que mantenemos estrechas relaciones comerciales, pero que viene dando muestras de irritación hacia la política bilateral con España y que busca de manera decidida un reequilibrio de poder a ambas orillas del Estrecho.

Que, ayer, la Casa Blanca se apresurara a expresar su apoyo al Gobierno de Rabat, mientras el presidente Joe Biden no encuentra un momento para atender las llamadas de Moncloa, demuestra, cuando menos, la mayor eficacia de la acción exterior marroquí y nos advierte de las posibles consencuencias del cambio de la política norteamericana en la zona del norte de África, impulsado por Donald Trump, pero mantenido, como es de rigor en los países serios, por su sucesor. Si nunca es fácil reconducir la situación con un Marruecos que considera que ha llegado el momento de imponer a Madrid la aceptación de su soberanía sobre el Sahara, menos lo es cuando nuestra política exterior cae en la irrelevancia.