Violencia de género
La banalización del mal
Hay que tener los bolsillos repletos de nada para llegar a filosofar sobre la banalización del mal, el término que acuñó Hannah Arendt para explicar que los actos más horrendos, en el contexto se refería los crímenes nazis, podían ser ejecutados por «personas normales» a las órdenes de la burocracia. La política pordiosera utiliza grandes conceptos para tapar sus vergüenzas. Pedro Sánchez habla de la banalización del mal, atacando a Vox por su «negacionismo» de la violencia machista, mientras su ministra de Igualdad pesa en la misma balanza el horror de las pequeñas asesinadas por su padre en Canarias y a Juana Rivas. No ha sido una ideología la que ha sesgado la vida de dos inocentes sino la maldad de un hombre que sobrepasa nuestro entendimiento terraplanista. El Gobierno culpa a un nicho político de las tumbas que se encuentra en su mandato porque por no saber ni conoce cómo se echa un puñado de tierra sobre los ataúdes blancos. La culpa de un asesinato tan pulcro en su terrorífica planificación no la tiene la Justicia ni una pésima ley que no aminora el número de muertas. Si fuera tan fácil el problema estaría resuelto. Pero no. Quizá sea esa banalización del mal lo que provoca que la sangre se derrame y no desemboque. Los discursos líquidos se escapan entre los dedos como el agua que debieron sentir las pequeñas ateridas de frío ante la muerte. No nos hagan sentir la vergüenza de soportar un duelo con sus excrementos dialécticos. España se duele y la política se lame con gusto las heridas que es su manera de subsistir: explicar con una plantilla infantil la barbarie. No respetan ni el silencio de los difuntos. Llegará un día en que el Cis pregunte a los asesinos a qué partido vota y se seguirá del escrutinio como en una noche electoral. Busquen el origen del problema, igual sus ombligos alumbran una idea que se aparte del ridículo de su verbo hirsuto. Hay algo que estamos haciendo mal. No lo empeoren metiendo a los jueces, y a los adversarios políticos, en la cárcel de un cerebro cretino. No comentan otros crímenes en nombre del feminismo.
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