Transexualidad

Orgullo (y prejuicio)

El disfraz que nunca pasa de moda en el carroceo es el de Policía con las esposas

Irene Montero se presentó con su Coro del Orgullo (y prejuicio), como los emperadores en un teatro romano, a cantar las alabanzas de la «ley trans» y a lanzar mensajes «anti» de los que gustan a la ministra, como «¡Pin pon fuera, a la Policía la queremos fuera!», lo que anuncia una nueva fiesta de la diversidad sexual marcada por el circunflejo político donde no sabemos si tendrá sitio hasta el propio Marlaska, el jefe, hasta ahí hemos llegado. ¿Pero qué tiene que ver el pito con la porra? La celebración se ha convertido de nuevo en un prólogo de mitin seguido de una bacanal del pis.

Lo raro de todo lo que sucede, siendo extravagante toda la redacción de la ley, ella misma una manera de llevar una vida loca, loca, loca, es que de entre los disfraces fetiche del carroceo el que nunca pasa de moda es el de Policía, con las esposas a la cintura y la camiseta marcada, por lo que a la carrera de tacones me susurro una pelea en el barro por ver si se está a favor de que el Cuerpo se infiltre en la orgía del llamado colectivo o por hacerles frente vestidos de obreros, marineros o de hombres Marlboro, como mandan los cánones desde antes de Village People. Si Jean Genet estuviera vivo, si es que a alguien le gustara la resurrección de los personajes verdaderamente peligrosos, se admiraría de a lo que ha llegado su «Querelle» porque ya todo es parodia y chuflería, un juego de palabras difícil de comprender, ¿entiendes?, y un baile de disfraces de un grupo de moñas que no conocen a Jeanne Moureau.

El drama no ha dado paso a la normalidad sino al desatino que es lo que le sucede siempre a un verso suelto cuando lo caza un mal soneto: pretenden que millones de ciudadanos libres comulguen ante la sacerdotisa de la Igualdad con la ridiculez y la cursilería binaria, una labor de fontanería que cambiará los baños públicos de España. Una broma, como «hasta luego, Maricarmen». Al igual que en las últimas oleadas feministas, los LGTBI (poli-mili o pili y mili), anhelan reeducarnos como si hoy fuera el día en que a Miguel de Molina, actuando ante el Frente de Juventudes, le gritaron «marica» y él respondió «marica no, maricón». Con dos cojones.