Pilar Rahola
El día que Rahola fue la Castafiore
Bella Ciao se ha convertido de himno revolucionario en un hit de Operación Triunfo
El «procés» ha transmutado de un episodio nacional en el que Pérez Galdós hubiera sido una «drag» a lo Agatha Christie, casi una tesis psiquiátrica, a la pista del circo en la que Fellini domaba a todos los poderes, del alcalde al cura, trasladado a Cataluña de Colau al obispo de Solsona y, cómo no, a Pilar Rahola, la Castafiore de las protestas que pedían la puesta en libertad de Puigdemont,un Tintín con peluca, al grito de «Bella Ciao». Rahola posee un escorzo extraño de mujer burguesa a la que los partisanos no hubieran dedicado una canción que un día fue un canto revolucionario hasta entre los ladrillos del París del 68 y hoy es un «hit» de «Operación Triunfo», que lo mismo sirve para «La casa de papel» que para una mani estudiantil de manera que lo que en realidad cantaba Rahola era una pieza de los cuarenta principales: así se vacía lo que un día estuvo lleno, como el término fascista con el que tildan a gente de bien lo que equivale a decir que el fascismo es buena cosa.
De esa nada, después de todo, a lo José Hierro, nace el ridículo. Antes del «procés» no existía el mundo y bastaron, no siete días sino ocho segundos para que comenzara la comedia cuyo último episodio recoge el festival folclórico de Cerdeña y los cánticos de Pilar Rahola a la que Milan Kundera hubiera dedicado «El libro de los amores ridículos», tanta es la pasión que siente por Carles. El escritor checo escribió: «Es que hasta la alegría que produce la presencia del hombre a quien se ama se siente mejor a solas», como pudo comprobarse en el guateque de «Bella Ciao». Rahola fue el epicentro de este terremoto ridículo cuyos temblores se sintieron desde Barcelona hasta Alguer. El interrogante que nos persigue es si es consciente de cuando se hace el ridículo o uno no se da cuenta, como el conductor que se mete el dedo en la nariz en un semáforo y que por muy buen porte que exhiba carece en este instante de toda credibilidad. Los que estamos a este lado de la legalidad vemos a un puñado de exaltados hurgando en el moco mientras que ellos se retratan como héroes.
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