Opinión

La España de los privilegios

No hay que olvidar que el objetivo de los independentistas es la destrucción de España, pero, mientras tanto, quieren exprimirla

El Estado de las Autonomías era una buena solución para resolver el problema de la organización territorial. No era posible una fórmula centralista como la francesa y los constituyentes diseñaron un modelo que permitía conjugar la igualdad con el reconocimiento de los hechos diferenciales de algunas autonomías. La Historia nos demuestra que este tema es endémico y que necesitaba ser resuelto, porque ni siquiera los cuarenta años de franquismo sirvieron para que desapareciera. La opción de una simple descentralización administrativa era insuficiente. Es lo que sucede en Francia como consecuencia de la Revolución Francesa y el Primer Imperio donde se consiguió una auténtica centralización que permitió superar la diversidad del Antiguo Régimen. Alemania es muy interesante, porque antes del periodo napoleónico estaba dividida en centenares de estados, de tamaño y poder muy diferente, bajo el paraguas del Sacro Imperio Romano Germánico que se había convertido en una superestructura nominal vacía de contenido.

La pugna entre los Habsburgo y los Hohenzollern por el liderazgo fue una constante en los siglos XVIII y XIX y finalizaría con la guerra austro-prusiana. Alemania nació en 1871 con la proclamación de Guillermo I como káiser del Segundo Reich en el Salón de los Espejos del Palacio de Versalles tras la derrota de Napoleón III en la batalla de Sedán. Es fascinante que el electorado de Brandemburgo, origen del reino de Prusia, reconocido como tal en 1701, acabara liderando el proceso de unificación y que 26 estados fueran los constituyentes de esa gran Alemania soñada y creada por Bismarck. En su seno se integraron reinos como Prusia, Sajonia, Württemberg y Baviera, seis grandes ducados, seis ducados, siete principados y tres ciudades libres.

A pesar de haber estado dividida durante siglos existía una profunda identidad alemana que les unía a partir de un idioma y una cultura común. El catolicismo y el propio peso de los Habsburgo, con un conjunto de territorios patrimoniales, hizo imposible que Austria formara parte de Alemania como hubiera sido lógico. El emperador Francisco II decretó el 6 de agosto de 1806 la disolución del Sacro Imperio tras ser derrotado por Napoleón y nació el imperio austriaco agrupando sus territorios patrimoniales. Esto le permitió mantener el título de emperador, ya que elevó el archiducado de Austria a la categoría de imperio, y se convirtió en Francisco I. Eran tan diversos que en su seno existía un ansia de independencia, como se vio en las revoluciones de 1830 y 1848, por lo que finalmente se transformó en la monarquía dual con Francisco José en 1867 como emperador de Austria y rey de Hungría con claras diferencias en su organización institucional. A pesar de los esfuerzos, la realidad es que no sobreviviría a la Primera Guerra Mundial. Por tanto, Alemania y Austria son dos ejemplos interesantes de organización institucional con resultados muy diferentes. La primera ha sobrevivido a las guerras mundiales manteniendo su unidad, ya que la artificial división comunista de las dos Alemania finalizaría en 1989 con la caída del muro de Berlín.

Italia nunca estuvo unida, salvo que queramos considerar como antecedente a Roma y su imperio, pero me temo que es trasladar conceptos modernos a tiempos antiguos. Es cierto, que esa idea de unidad encuentra sus raíces en el orgullo de ese pasado imperial. Desde entonces ha sido campo de batalla y lugar de apetencia de las ambiciones de emperadores, reyes, papas, príncipes… pero siempre existió, con mayor o menor intensidad, esa ambición de unidad ya fuera por conquista extranjera o por insurrección de sus habitantes. Una vez más, sería Napoleón quien daría un vuelco e impulsaría ese deseo con el reino satélite de Italia. Al final, los Saboya lograrían la ansiada unidad. A pesar de esa diversidad vivida durante siglos, los italianos se sienten muy orgullosos de serlo y los problemas territoriales son irrelevantes.

Por tanto, ¿cuál es el problema de España? La respuesta es muy sencilla y es la existencia de unos nacionalismos desleales y egoístas que quieren la independencia para satisfacer las ambiciones de sus elites políticas. Han utilizado el Estado de las Autonomías para destinar enormes recursos públicos para manipular a la población y generar un modelo clientelar que les ha dado buenos resultados. Ha sido un esfuerzo para combatir todo aquello que históricamente nos une, como sucedía en Alemania e Italia, y exacerbar los aspectos identitarios para sentar las bases de un proyecto de independencia en Cataluña y el País Vasco. El enemigo exterior ha sido España, como una madrastra a la que se culpa de todo, desde lo real a lo imaginario, y por extensión a Madrid aprovechando la excusa de un centralismo inexistente. Lo vemos ahora con el error de Sánchez abriendo el melón de las sedes de las instituciones estatales, cuando no hay nada más centralista que esas comunidades autónomas, o las constantes cesiones que se han hecho desde 1980.

No veo que en Cataluña prediquen con el ejemplo y lleven órganos fuera de Barcelona. No hay que olvidar que el objetivo de los independentistas es la destrucción de España, pero mientras tanto quieren exprimirla para lograr más privilegios en detrimento del conjunto. Durante siglos, los empresarios vascos y catalanes se han beneficiado del mercado español e impusieron un proteccionismo que sería muy pernicioso para nuestra economía. Ahora lo volvemos a ver con la negociación de los Presupuestos, donde las dos comunidades más privilegiadas exigen perjudicar a Madrid para lograr un mayor enriquecimiento. Es consagrar una España a dos velocidades, una para los privilegiados, política y económicamente, y otra para los que tienen que pagar la fiesta del independentismo.