Sociedad

Esperanza marchita

Noah encara cada etapa de la forma más loable e inteligente: con una sonrisa

Ayer tuve el honor de acompañar a Noah Higón en la presentación de su segundo libro.

Devoro sus poemas extasiada y con la piel de gallina. Tanto en «¿De qué dolor son tus ojos?», como en sus posts en redes sociales y ahora en este segundo y emotivo «compartir» «De Esperanza marchita», Noah demuestra un talento único y especial para expresar lo que siente y lo que le tocó vivir.

En la generosidad de su alma reside su ardiente deseo de reclamarnos, nada más y nada menos, que vivamos. Que sintamos ese presente que a veces a la autora se le disipa bajo la anestesia de una nueva operación o en la desesperación de arrojar todo lo ingerido.

Sabe mucho de dolor y habla de esa «vida pendiente» que se tiene cuando se deja de vivir para luchar por sobrevivir.

Sus lecciones son dogmas, y sus palabras dignas incluso de ser estudiadas y difundidas en los libros de texto.

Noah encara cada etapa de la forma más loable e inteligente: con una sonrisa. Para siempre estará en mi retina cantando y bailando rodeada de tubos y llena de vendajes.

Leyendo sus poemas que llegan a lo más hondo, que sobrecogen y son en algunos momentos desgarradores, se llega a comprender que hasta la esperanza puede llegar a marchitarse, pero aún así, Noah demuestra un espíritu a prueba de golpes, un alma quizás más cansada que en su primer manuscrito (y con razón), pero unas ganas sobrehumanas de contradecir cualquier capricho de cada una de las siete enfermedades raras que, si bien la retan a diario, ella es capaz de mantener a raya o al menos de no permitirles el protagonismo que a golpe de dolor, indigestión o malestar extremo, le reclaman.

Admiro en este libro de ilusiones marchitas, un ferviente y compasivo deseo: que nadie vea (como a ella le ocurrió) la vida como un campo de minas.