Cultura

La vida pequeña

Nos sitúa a todos ante el espejo y nos obliga a reconsiderar la vida que llevamos. Arremete contra el ruido, no sólo el ruido físico, que nos aturde, y contra la imbecilidad humana

Acabo de terminar de leer «La vida pequeña», el último libro de José Ángel González Sainz. Lo he leído a pequeños sorbos, saboreándolo, lo mismo que se bebe un vaso de buen vino en buena compañía lejos del ruido de la taberna. Es un ensayo abrumador, aprovechando el reflejo de la peste del coronavirus, sobre el desquiciamiento de la vida moderna y una sabia invitación a recuperar el silencio y el tiempo perdido. En cierta medida es una búsqueda del paraíso, una recuperación de la inocencia. A través de la obra se entrevé con notable claridad la biografía del autor, que decide echarle valor, abandonar su brillante carrera en Italia y regresar a Soria, pequeña ciudad provinciana, de donde procede. No es una huida, aunque lo parezca. Es, sobre todo, una valerosa decisión.

Es natural que este libro haya tenido una acogida excepcional. Es una obra extraordinaria. Seguramente acabará siendo el libro del año, y perdurará. Está muy por encima de la patulea a que estamos acostumbrados, la que campa en los escaparates y en los clics de «me gusta», esa obscenidad. Nos sitúa a todos ante el espejo y nos obliga a reconsiderar la vida que llevamos. Arremete contra el ruido, no sólo el ruido físico, que nos aturde, y contra la imbecilidad humana. Propone nada menos que «empezar de nuevo de otra forma distinta», salir del encierro y acercarnos al campo abierto, buscar sosiego, proporción, medida, sin tanta prisa, sin tanta dispersión, bajar de la nube de lo ideológico a la materialidad de lo concreto y pasar de lo desmedido y monstruoso a lo pequeño. Él lo concreta en la vuelta a la vida pequeña, que es el título del libro, con el subtítulo complementario de «El arte de la fuga», que es mucho más que una pista autobiográfica. Al final González Sáinz se remonta al Génesis y comprueba que lo que hay en el edén es un huerto con diversos árboles plantados y un río. Y Dios coloca allí al hombre para que cuide el huerto y ponga nombres a las cosas. Eso es todo. Nada menos que eso.

El autor se presenta respaldado por las voces de Séneca, Horacio, Camus, Claudio Rodríguez, Antonio Machado, Covarrubias, Peter Handke, Hölderlin, Montaigne…Por el fondo de la obra discurre un vigoroso pensamiento ético. La forma es admirable, original, pegada al terreno, perfectamente reconocible. J.A. González Sainz estruja las palabras y las frases, las mismas que usa el pueblo, las descompone, las mezcla y les saca todo el jugo, como a las uvas. Supongo que «La vida pequeña» será su pasaporte a la Academia.