Marruecos
La «realpolitik» de Sánchez y el legado de Palmerston
Sánchez quizá tenga razón, y no debe olvidar que la política exterior no da votos, pero sí los quita –que se lo digan a Aznar y Rajoy–, incluso aunque se aplique la doctrina Palmerston
Henry John Temple (1784-1865), tercer vizconde de Palmerston, fue dos veces primer ministro del Reino Unido y durante otros quince –en tres etapas diferentes– responsable de la diplomacia británica. Fallecido cuando estaba al frente del Gobierno, está considerado como un símbolo del nacionalismo británico y padre la doctrina que afirmaba que «los países no tienen aliados permanentes, sino intereses permanentes». Algo similar diría un siglo más tarde el general Charles de Gaulle. Ahora, el giro copernicano de Pedro Sánchez sobre la cuestión saharaui, al margen de tan audaz como incierta –que lo es–, entronca con la «realpolitik» de Palmerston, aunque entonces no se llamara así. Si el inquilino de La Moncloa no recordaba el precedente, sin duda, alguien se lo habrá refrescado. Fue ese principio, «intereses permanentes» y aliados transitorios, el que hizo que el Imperio Británico alcanzara su mayor esplendor en el siglo XIX. Sánchez, por supuesto, no busca un imperio, sino salir airoso del día a día, aunque eso suponga problemas futuros, que se abordarán cuando toque.
Sánchez, al decantarse por Marruecos frente a los saharauis, ha tomado una decisión arriesgada pero lógica, aunque con las dudas de si en el mejor momento. Casi medio siglo después de la Marcha Verde y de que España no pudiera defender mejor el Sáhara, la causa polisaria –que cuenta con simpatías románticas– está herida de muerte hace años. Los saharauis que viven en los campos de refugiados de Argelia son la coartada para la existencia de sus dirigentes, anclados en un marxismo periclitado combinado con cierto islamismo. Tampoco son hermanitas de la caridad, con pasados violentos dudosos, incluido el de Brahim Ghali, que vino a España a curarse el coronavirus y que provocó un incidente diplomático. Sánchez, con la guerra de Putin al fondo, temía otra «invasión» emigrante en Ceuta y Melilla y, quizá por eso, ha dado semejante paso ahora, algo que de paso agradará a los Estados Unidos. El presidente, que ha actuado por su cuenta y riesgo, al margen del resto del Gobierno y del parlamento, debe explicar qué ha hecho y las auténticas ventajas, porque fiarse de Marruecos y Mohamed VI, sin más garantías, es cuando menos ingenuo, sin olvidar las reacciones de Argelia, el segundo suministrador de gas de España. Sánchez quizá tenga razón, y no debe olvidar que la política exterior no da votos, pero sí los quita –que se lo digan a Aznar y Rajoy–, incluso aunque se aplique la doctrina Palmerston. Realpolitik.
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