Pedro Sánchez
Un problema para cada solución
Hace tiempo que Pedro Sánchez dejó sentado que la firmeza de criterio no es cualidad que le adorne, y bastantes pistas de otra carencia de difícil digestión en política, la falta de valor para asumir errores
Navegando sin rumbo en la tormenta perfecta. Ese es el presente de un Gobierno tan negado que no solo multiplica los problemas existentes, sino que se crea otros en cuanto se le deja un poco de cordel. Es como un amigo que yo tenía –lo perdí por razones biológicas, no por dejadez o traición, que es como se pierden los amigos y las ideas– que se buscaba un problema para cada solución. Pedro Sánchez es tal cual: crea conflictos donde no los hay y revienta muros cuando puede abrir la puerta. Rajoy, amigo de dejar que los problemas se cocinasen hasta pudrirse, al menos no tenía el atributo de la inventiva. Era poco original hasta para fastidiar. Sánchez, sin embargo, es capaz de crear conflictos y aventar disputas donde menos te lo esperas y más falta hace el sosiego y la lucidez. Todo con tal de no quedar mal, de no arriesgar esa imagen a la que tanto apego tiene. Aunque luego pierda, pero eso a corto plazo no parece verlo.
Hoy intentará eludir de nuevo su exigible liderazgo en la sesión de control al Gobierno en el Congreso en la que va a tener que escuchar la unánime desafección de toda la cámara, salvo su partido, por la forma en que está encarando todos –todos, ¿eh?, sin excepción– los conflictos que le estallan delante, alguno cimentado en su propia insensatez política.
Hace tiempo que dejó sentado que la firmeza de criterio no es cualidad que le adorne, y bastantes pistas de otra carencia de difícil digestión en política –seria– como es la falta de valor para asumir errores. Hoy constatamos que además esa ausencia de principios y coraje se le atraganta de una forma casi patológica hasta el punto de llevarle a cometer errores garrafales. Solo su obsesión por presentarse como el solucionador permite entender que aplace hasta el 29 de marzo la explicación de qué medidas tomará para amortiguar los efectos de la guerra. Aunque sean urgentes, aunque le refuercen una huelga como la del transporte precisamente por esa indefinición. Da igual. Sánchez quiere hablar después de la reunión de los jefes de gobierno de Europa para demostrar que sus medidas incluso mejoran las acordadas con sus colegas. O porque no tiene un duro y espera que Europa se lo solucione, que esa es otra.
Como lo de Marruecos, que enciende a todos, amigos, socios y adversarios, por adoptarse contra la tradición diplomática española y sin consultarlo, pese a ser tema de Estado de una gravedad notable, ni con sus compañeros de gobierno ni con Argelia, lo cual arriesga problemas económicos con el gas en estos tiempos de zozobra energética.
No anuncia medidas, pese a la herida que eso abre; no explica cambios diplomáticos esenciales, argumentando incluso, como hace el PSOE, que nada ha cambiado; no sale a decirle al país que vienen tiempos duros, que las cosas van mal, pero hay planes a corto y buscará acuerdos políticos que contribuyan a aliviar los dolores. No entiende el Gobierno ni su compromiso político como la responsabilidad de buscar soluciones, solo o hasta mal acompañado. Se diría que su idea del poder es la de mandar sin que escueza, organizar sin merma política y figurar como solucionador cuando ya cree que no puede quemarse, aunque sea demasiado tarde. Como ahora.
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