Soria

La casa vacía

La edificaron albañiles de las Tierras Altas, con sabiduría antigua transmitida de padres a hijos y con los materiales que tenían a mano: piedras, cal, barro, tejas de la tejera del pueblo…

La casa era el lugar donde alguien nos esperaba siempre. Los que hemos nacido en una casa de pueblo y hemos pasado en ella nuestra niñez estamos marcados para siempre. No lo olvidaremos. La casa, más que la infancia, es nuestra patria. No hace falta que sea una mansión lujosa, sino acaso todo lo contrario. Basta, si es posible, con que sea amplia y luminosa. La casa no está hecha para ser contemplada, sino para vivir. De ahí el sinsentido de una casa vacía.

Mi casa de Sarnago, una casa anónima, se ha convertido, de un tiempo a esta parte, en ilustración gráfica y en metáfora de la España vaciada en la portada de varias publicaciones. Destaca la foto del portalón de entrada, atado ahora de mala manera con cuerdas, y la fachada de cal y canto que da a la plaza, en la que sobresale el balcón que un día estuvo poblado de geranios y campanillas azules y hoy ofrece un claro aspecto de abandono. Pero lo peor es el tejado. Basilio, el albañil de San Pedro Manrique que se había comprometido a retejar para ver si la casa resiste los próximos temporales, me acaba de comunicar por «guasap» que se ha jubilado. ¡Vaya por Dios!

La casa fue construida en el siglo XVII, en tiempos de Cervantes, con distintos añadidos y arreglos posteriores. La edificaron albañiles de las Tierras Altas, con sabiduría antigua transmitida de padres a hijos y con los materiales que tenían a mano: piedras, cal, barro, tejas de la tejera del pueblo… Los carpinteros del lugar fabricaron las puertas, los bancos y las mesas con tablas de roble, chopo, arce y nogal, manejando con sus hábiles manos sierras, azuelas, tupis, martillos y machihembras. Los gruesos y fuertes machones de los techos del somero, que han sostenido el tejado durante siglos, proceden también del monte cercano. Puede que en las paredes haya, incrustadas o formando esquina, piedras bajadas del cantarral del antiguo castillo celtibérico. Así se suceden las civilizaciones. Nada se pierde, todo se transforma. La casa es un producto histórico entrañado en la Naturaleza.

Entre estas paredes nacieron, vivieron y murieron los antepasados de una larga serie de generaciones. Yo soy el último que ha nacido en la casa de Sarnago, esa que se ha convertido en metáfora del abandono y en ilustración de la España vaciada. Cada invierno que resiste en pie pienso que es un milagro y doy gracias al cielo. Ahora sólo espero que los de la cuadrilla del Basilio se pongan manos a la obra. Pero seguirá, ¡ay!, sin salir humo de la chimenea.