Pedro Sánchez
Fantásticas escorias eminentes
Sánchez es un hombre inasequible al desaliento. Está rodeado de una amplia corte de propagandistas y halagadores, que hacen su trabajo con gran dedicación
El presidente Sánchez insiste, en cualquier ocasión que se le presenta, en que piensa agotar la legislatura. Y habrá que creerlo. Parece que lo dice convencido. Argumenta que necesita tiempo para llevar a cabo la importante misión de la transformación progresista de España que, según él, le han encomendado los españoles (en realidad, algo menos del veinte por ciento del censo electoral). Lo que pasa es que, aunque quisiera adelantar las elecciones para ratificar el apoyo popular con más holgura, no encuentra un momento propicio ni una buena noticia. Hace tiempo que las circunstancias no lo favorecen. Acarició la idea del final de la pandemia gracias a las vacunas, con la llegada del chorro de dinero europeo y el rebote de la economía, pero llegó la guerra de Ucrania y se dispararon los precios. ¡Menudo desastre! ¡Qué mala suerte! La renovación del Gobierno no le benefició tampoco, como esperaba, para emprender la batalla de las urnas. Y, por si fuera poco, el Partido Popular ha superado su crisis interna con Núñez Feijóo al frente, temible adversario, que gana terreno en las encuestas a grandes zancadas, hasta el punto de que parece imparable.
Así que lo mejor es hacer de la necesidad virtud y quedarse quieto en la mata, como la liebre acosada, guardando las urnas para después de presidir el Consejo de Europa. Hay que esperar a ver qué pasa en las elecciones locales y regionales empezando por las de Andalucía, que están ya a la vuelta de la romería del Rocío. Sánchez es un hombre inasequible al desaliento. Está rodeado de una amplia corte de propagandistas y halagadores, que hacen su trabajo con gran dedicación. Le han convencido de que él representa el dique para impedir que la ultraderecha se apodere de todo, una vez comprobado que el PP está dispuesto a gobernar con los de Vox en Ayuntamientos, Comunidades y en el Gobierno central. Ese es hoy el único argumento que sostiene aún el voto de la izquierda a su persona, aunque sea con la cara tapada y maldiciendo por dentro. Relevantes socialistas históricos temen que el sanchismo conduzca al PSOE a una crisis irreversible, como en Francia.
Tanto lo han convencido de su histórica misión que está dando preocupantes señales de autosuficiencia, de falta de transparencia y de desprecio al Parlamento. O sea, de hacer de su capa un sayo. Viéndolo en el Falcon tan campante, de aquí para allá, algunos han empezado a aplicarle, con evidente crueldad, aquellos versos de Quevedo: «Tales son las grandezas aparentes / de la vana ilusión de los tiranos, / fantásticas escorias eminentes».
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