Pedro Sánchez

El presidente viajero

Asomado a la ventanilla del avión presidencial, Pedro Sánchez lo ve todo pequeño y manejable

Pedro Sánchez es un presidente viajero. Todo el tiempo está de aquí para allá. No para. Hasta el punto de que se asocia a su figura con el Falcon, como si fueran uña y carne. Si lleva razón Cervantes y viajar hace al hombre discreto y «el que viaja mucho sabe mucho», tenemos en España un presidente sabio y discreto. El caso es que no se imagina uno a este hombre en transporte público cuando deje La Moncloa. Mucho menos durante su permanencia en la misma aunque se trate de una salida particular, pongamos por caso a una boda o a un concierto. Le va a costar acostumbrarse a la vida del común de los mortales cuando lo desalojen del palacio.

La mayoría de los viajes que hace son oficiales y están justificados; otros, no tanto. Un secreto oficial, no siempre convincente, cae sobre todos ellos. No se dan explicaciones, aunque se pidan por los cauces reglamentarios y en aplicación de la ley de Transparencia. No se informa sobre el coste de los viajes presidenciales y la razón de los mismos. Y una acusación recurrente es que, con el abuso del Falcon, no se da ejemplo en la lucha contra la contaminación atmosférica. Quiero decir que hay viajes y viajes. El de ayer a Kiev estaba plenamente justificado, aunque nos costara un ojo de la cara con el despliegue de geos y otras extraordinarias medidas protocolarias y de seguridad. Esta era una visita obligada. Pedro Sánchez debía hacerse una foto con Volodímir Zelenski, entre otras razones para que se entere el presidente Biden de la existencia de España y del trascendental papel de Sánchez y su Gobierno de izquierdas en Europa y en el mundo. Y más teniendo en cuenta que se ultiman los preparativos para la Asamblea de la OTAN en Madrid.

Sus salidas fuera de España le amplían el horizonte y agrandan su figura, eso cree, lo que le lleva a mirar con desprecio o indiferencia a los que le critican dentro. Le envalentona. Subido al Falcon, fuera del gatuperio nacional, se siente libre y poderoso. Y hasta sabio y discreto. Los viajes ensanchan su vida política y seguramente su vida personal. Es natural que se aferre a ellos. Todo eso forma parte de lo que se conoce como «síndrome de La Moncloa». En este caso es un síndrome agudo. Asomado a la ventanilla del avión presidencial, Pedro Sánchez lo ve todo pequeño y manejable. Lo dijo bien Josep Pla, y eso que él viajaba en autobús: «Viajar produce el mismo efecto que a un enfermo cambiar de posición».