Guerra en Ucrania

Los tres mil de Azovstal

Somos hijos de las Termópilas, de Numancia, Cartagena de Indias, del Dos de Mayo, Normandía y ahora somos hijos de los 3.000 de Azovstal. Somos descendientes de los que no se rindieron

Entre hierros retorcidos por un martillo de bombas, unos tres mil ucranianos resisten en la acería de Azovstal la rendición completa de Mariupol. De la ciudad costera arrasada por el ejército ruso solo queda la vieja fábrica. El resto es cristales, fuego y charcos de sangre reseca. Un poco más allá, los drones han descubierto una fosa común en la que el ejército de Putin podría estar enterrando hasta nueve mil cadáveres. Se calcula que dentro de la fábrica aguantan unos dos mil combatientes y otro millar de civiles sometidos al fuego constante, al cansancio de dos meses de guerra y a la falta de comida y de agua. En Azovstal se vive en los versos de «Al alba» de Luis Eduardo Aute en los que «miles de buitres callados van extendiendo sus alas».

En Madrid no para de llover. A cada poco me cruzo con gente que habla sola bajo los paraguas. El conversador solitario me despierta la íntima inquietud de sospechar si yo seré uno de ellos, si verbalizo involuntariamente mis pensamientos y alguien se cruza conmigo de vez en cuando y piensa como yo pienso de los demás: ahí va un tipo hablando solo. Y sí. Definitivamente, mientras paseaba por el parque con los perros, iba dándole vueltas a lo de Azovstal y me he sorprendido a mí mismo musitando febril y solitario: «¡Resistid, resistid, resistid!».

Así que yo también hablo solo por la calle y enfatizo, quizás incluso moviendo las manos, mis cuitas y obsesiones. En esta ocasión voy aborreciendo esta cosa práctica de que los ucranianos debieran rendirse por no hacerse más daño, que es justamente lo que van pregonando desde el principio de la guerra Rusia y sus propagandísticos y necesarios camaradas en el extranjero. Nadie podría recriminar si los soldados de la acería o si todos los ucranianos de pronto sacaran una bandera blanca. Y claro que en Azovstal tienen pocas probabilidades de ganar, o más bien ninguna, pero reniego de este argumento de que no vale la pena seguir. El cálculo de posibilidades de victoria como medida de cualquier lucha habría privado a la humanidad de las más loables hazañas. Renegar del combate por no tener posibilidades asienta el imperio del más fuerte y el más bruto y va en contra del heroísmo fundacional de nuestra civilización. Somos hijos de las Termópilas, de Numancia, Cartagena de Indias, del Dos de Mayo, Normandía y ahora somos hijos de los tres mil de Azovstal. Somos descendientes de los que no se rindieron.

No le está sentando bien a Podemos la resistencia ucraniana. Desde el comienzo de la guerra van cayéndose del guindo de la miseria. Ahora ofrecen pegas a que los países de las OTAN armen a Volodimir Zelenski y su gente en el hermoso y descabellado aguante que llevan a cabo ante la apisonadora rusa. Si ellos ponen los muertos en la defensa de los confines de Europa y Occidente, al menos que nosotros pongamos las armas, pero esta cosa no le gusta a Podemos, digo, tan poco que Ione Belarra ha llamado a una movilización masiva ante el envío de armas españolas a Kiev.

El lenguaje podenco, de normal tan belicista, que sembró de guillotinas la Puerta del Sol para decapitar la casta y a los Borbones, que vio una lucha en cada gesto, que quiso que creyéramos que ser diputado con coche oficial, chalé y ministerio constituía el combate de la clase obrera, que dibujó un mundo en el que hasta dejarse los pelos de las axilas era lucha de los pueblos y que esta semana pedía «que rodaran cabezas» por el asunto de las escuchas a los líderes independentistas, de pronto se vuelve frente a Putin manso como un cordero. Por lo que sea. Se dicen utópicos. Já.