Política

Ejercicios de transparencia

No deja de ser un ejercicio de pornografía política y económica

Hace algunos años que se estableció la costumbre, ya fijada como norma de obligado cumplimiento, por la cual los depositarios de un cargo público ponen por escrito su patrimonio en un documento de acceso general. La lamentable lista de casos de corrupción, que ha amenazado con arruinar el buen nombre de nuestra democracia, es motivo justificado para que un alto representante del poder ejecutivo o un miembro del poder legislativo exponga su patrimonio a los ojos de todos. Y, sin embargo, no deja de ser un ejercicio de -permítase el «palabro»– pornografía política y económica, un desnudo integral, que, quizá, vaya más allá de lo que se puede exigir al ciudadano de un país libre y democrático, en el que está garantizado el derecho a la privacidad.

La exigencia de contar urbi et orbi cuánto dinero y propiedades se poseen convierte en potenciales sospechosos a todos los representantes elegidos por los ciudadanos. Se dirá, y con razón, que quien algo quiere, algo le cuesta: aquella persona que aspire a gobernarnos o a ser nuestra voz en un parlamento, debe asumir un recorte en su intimidad. Se trata de un argumento cargado de razones. Pero, aun así, también es un ejercicio muy agresivo de transparencia –no siempre bien entendida–, y nada nos asegura que quien lo realiza no esté ocultando algo. De hecho, casos ha habido.

Ahora, Felipe VI se suma a esa autoexigencia, antes de que una nueva normativa, aprobada ayer por el Consejo de Ministros, haya fijado más controles sobre los bienes de la Corona. Los españoles saben ya que el jefe del Estado tiene 2,5 millones de euros en cuentas corrientes, fondos de inversión, joyas y obras de arte. Haciendo un ejercicio matemático muy simple, se llega a la conclusión de que ese patrimonio económico es la suma de las asignaciones netas que ha recibido desde 1998. Dado que no tiene apenas gastos corrientes –que, como es natural, son a cuenta del erario, como lo son, en buena medida, los del presidente del Gobierno–, don Felipe puede ahorrar, y eso es lo que ha hecho, marcando una notable distancia con las «gestiones» económicas realizadas por su padre.