Margarita Robles

Las réplicas de una «sustitución»

La ministra de Defensa era ciertamente la más amable cara del Gobierno, pero cara amable de un sanchismo del que siempre fue primera y fiel defensora

Andan las terminales del Gobierno que echan humo –no hay embajada ni delegación diplomática que estos días tenga un respiro– a la tarea de convencer sobre la solvencia de España como socio fiable en materia de seguridad entre los aliados occidentales, con la vista especialmente puesta en la cumbre de la Alianza Atlántica de la que seremos anfitriones a finales del mes que viene y dado el auténtico terremoto vivido desde que saliera a la luz el caso «pegasus» con el desenlace tal vez no final de la destitución –como bien reza el BOE– de la ya ex directora del CNI, Paz Esteban. La cumbre de la OTAN desde el punto de vista organizativo va a ser un éxito y de eso tal vez no quepan muchas dudas, conocida la eficacia de una administración como la española que, con independencia de quien gobierne ha superado con nota su papel de anfitrión desde aquella ya histórica conferencia de paz para Oriente Próximo que acogió el Palacio Real allá por el año 91. Pero las dudas no pasan ahora precisamente por ahí, sino por la fiabilidad real de los timoneles en un estado que, igual que como los de otros países democráticos ha sido objeto de prácticas poco lícitas afectando a algunas de sus más sensibles instituciones, incluido el espionaje a dirigentes políticos con el propio presidente del Gobierno, pero con la sensible diferencia de que aquí no se ha dudado –ruedas de prensa sorpresa en día festivo incluidas– en dar tres cuartos al pregonero para airear con motivaciones políticas de claro tacticismo lo que estaba ocurriendo a mayor gloria de una supuesta transparencia.

Margarita Robles, no hundida pero sí muy tocada tras el «papelón» de sus devaneos semánticos en la no explicación del cese de Paz Esteban ha perdido además de crédito, gran parte de la bula que le había sido concedida por oposición y medios de comunicación tal vez ignorando que la ministra de Defensa era ciertamente la más amable cara del Gobierno, pero cara amable de un sanchismo del que siempre fue primera y fiel defensora, tal como se ha demostrado en el público sapo tragado ante la plaza pública a propósito de un cese-destitución-sustitución que ya ha pasado a los anales del absurdo político. Sánchez tenía el firme propósito de graduarse con nota especialmente ante ese otro presidente que solo le concedió un escaso minuto de paseo, pero las consecuencias del marcaje independentista demuestran que sorber y soplar a la vez solo es posible en física cuántica.