Alberto Núñez Feijóo
Genio y figura
Feijóo piensa, con razón, que los españoles agradecerán las actitudes constructivas
A los españoles les suele molestar más aquel que denuncia un problema, o una injusticia, que el problema o la injusticia que denuncia. Eso convierte al que alza la voz en una suerte de profeta, papel ingrato, poco amable y siempre al borde del ridículo. Del profeta al payaso hay un trecho muy corto. Feijóo, que como Rajoy tiene aspecto y currículum de alto funcionario, es sin duda muy sensible a este hecho. Como además parece conocer bien a sus compatriotas, ha optado por una actitud distanciada, fría, más técnica y expositiva que de denuncia. Su adversario se sitúa sistemáticamente en el registro de la propaganda y del doble salto mortal sin red y empieza a pagar un alto precio en las encuestas y las intenciones de voto. Por eso, reforzar la sensación de sosiego y de aplomo tiene un efecto paradójicamente movilizador. Frente a la estridencia y la epilepsia perpetuas, Feijóo piensa, con razón, que los españoles agradecerán las actitudes constructivas. Por si todo esto fuera poco, la contención le sirve para tomar distancias de VOX, que desde su perspectiva debe de presentar una peligrosa querencia a la sobreactuación. En consecuencia, no parece que se pueda pedir mucho más...
Se puede, sin embargo, y más en particular en dos líneas importantes en la vida política española. Una es la posición ante el Partido Socialista. La otra va referida al nacionalismo. En cuanto a lo primero, se agradece que exista un partido dispuesto a abrir el diálogo y a negociar, que es tanto como considerar al adversario como un socio, a pesar de las muchas diferencias. Feijóo rescata así uno de los principios básicos de la democracia liberal, bien olvidada por nuestros gobernantes en los últimos años. La actitud, sin embargo, no implica que el trato que va a recibir de ese mismo adversario se parezca a la que él mismo pone en escena.
La actual campaña de filtraciones organizada por La Moncloa deja bien claro la naturaleza de aquello con lo que se enfrenta. En esta perspectiva, los españoles, buena parte de los cuales tiene la sensación de haber sido engañada durante muchos años, no se identificará con quien puede volver a repetir lo que ya conocen, y aún menos si quien lo hace presume de tener la llave de la finura y la sutileza. El sobrentendido escéptico y un poco cazurro, que pareció funcionar un tiempo con Rajoy, está gastado sin remedio.
En cuanto a los nacionalismos, la situación se parece a la anterior, aunque presenta aspectos más fáciles de gestionar. La lección primera de plurinacionalismo, llamémosla así, habrá surtido su efecto en el ánimo y la disposición del líder del PP. Demostrarlo es bien fácil, y basta con cursar, durante la próxima estancia en Barcelona, una visita a varias de las muchas asociaciones o plataformas, casi todas heroicas, que existen allí en defensa de los catalanes no nacionalistas, que son tan importantes –y para el proyecto del PP, más aún- que los catalanes nacionalistas–. A partir de ahí, la atención, el contacto permanente y el diálogo con ellos dejarán bien clara la actitud del nuevo Partido Popular. Compatible, por otra parte, con el empaque, la sensatez y la dignidad que deben adornar a un futuro presidente de Gobierno.
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