ONU

Reconstruir Naciones Unidas

Echo de menos igualmente el papel de Naciones Unidas en el conflicto en el que andamos metidos con Marruecos, Argelia y el Polisario.

No sé qué ha sido de aquel: «nosotros los pueblos de las Naciones Unidas resueltos a preservar a las generaciones venideras del flagelo de la guerra» que cita en su Preámbulo la Carta de San Francisco o del «tomar medidas colectivas para suprimir actos de agresión» (Artº 1) e incluso «los miembros se abstendrán de recurrir al uso de la fuerza contra la integridad territorial del otro» (Artº 2.4). Nadie puede defender hoy, que la cruel ofensiva de Rusia contra Ucrania –precisamente dos países fundadores– sea un «asunto de la jurisdicción interna rusa» que admite el artículo 7º.

Releo hoy atónito estos párrafos. Los conozco bien, porque: –directa o indirectamente he servido más de seis años en misiones de Naciones Unidas; –mi primera incursión internacional la viví en 1961 en su sede ginebrina de la antigua Sociedad de Naciones; –tuve el honor de formar parte del grupo que representó a España en los actos conmemorativos de su 50 Aniversario; –conocí a responsables de la Organización comprometidos y valientes (Pérez de Cuellar, Rizza, Gulding) que seguían la senda de Daj Hammarskjöld, aquel irrepetible Secretario General que pagó con su vida la búsqueda de la paz en el corazón de África.

La Resolución 377/50 «Unidos por la Paz» (1) votada por la Asamblea General en noviembre de 1950, «ampliaba el campo de aplicación de la seguridad colectiva respecto a conflictos provocados o sostenidos por una de las grandes potencias». Entonces las Naciones Unidas encontraron la forma para actuar en apoyo de Corea del Sur cuando 100.000 norcoreanos cruzaron en julio de 1950 el paralelo 38º que dividía los dos países y en septiembre ocupaban Seul.

En Suez en 1956 por iniciativa de la entonces Yugoslavia, se revivió la Resolución 377/ 50 y la Asamblea General volvió a intervenir en un conflicto que afectaba a dos países miembros permanentes del Consejo de Seguridad con derecho a veto –Francia y el Reino Unido– creando una fuerza de emergencia –FENU– para imponer la paz.

En el Congo en 1960, ante lo que su Gobierno consideró «acción no solicitada y acto de agresión por parte de Bélgica» que alegaba razones humanitarias para proteger la vida de sus ciudadanos, el Consejo de Seguridad con la abstención de las grandes potencias, consideró que «había lugar para la intervención colectiva» y lo hizo en fuerza.

Podríamos apelar incluso a la Resolución 43/131 de diciembre de 1988 auspiciada por Bernard Kouchner, que consagraba el principio de intervención humanitaria en casos que afectaban gravemente a la población civil.

Hoy, en las referencias a la guerra en Ucrania, en el diseño de nuevas estrategias, en los análisis sobre las causas del conflicto, incluso en los preparativos de la Cumbre de la OTAN en Madrid, no aparece la palabra Naciones Unidas. Diría que en cierto sentido injustamente, porque representantes de sus agencias –programas de alimentos, refugiados– sí trabajan intensamente en la zona. Pero de la posible «imposición de la paz» o de una conferencia internacional que siente a las partes, no se trata. ¡Cuatro meses de guerra!

Sin ir tan lejos, echo de menos igualmente el papel de Naciones Unidas en el conflicto en el que andamos metidos con Marruecos, Argelia y el Polisario. Quien debió mediar antes y ahora llevar las riendas de las negociaciones a partir del cambio de posición de EE.UU. (Trump) y de Alemania, junto a la incómoda ambigüedad de España desde que acogió en un hospital de Logroño al líder del Polisario Ghali, debió ser el Alto Representante del Secretario General Stfafan de Mistura. Fórmulas de convivencia que deberían ser discutidas en una conferencia internacional que reuniese a todos los colectivos involucrados, muy especialmente Marruecos y Argelia. En su lugar nosotros, solos, en manos irresponsables y aceleradas, sin tener todas las cartas en la mano –fosfatos, gas, pesca–, nos estamos «comiendo el marrón» como vulgarmente se dice. Hacía décadas que el norte de África no conocía tal clima de inestabilidad. Y no debe extrañarnos que pidamos a la OTAN atención al flanco sur y extender su «manta de seguridad» a Ceuta y Melilla.

Creo urgente y necesario convocar la Conferencia General que prevé el Artº 109 de la Carta de San Francisco, para revisarla y actualizarla, cuando tenemos claro que no da respuesta a las crisis del mundo actual. Necesita 2/3 de los votos de su Asamblea General o el de «cualesquiera de los miembros de su Consejo de Seguridad» (2). ¿Pero podemos exigir responsabilidades al representante de San Vicente y las Granadinas, por la tragedia del Dombás o por los campamentos de Tinduf?

(1) También llamada Resolución Acheson nombre del Secretario de Estado USA.

(2) Hoy lo forman junto a los cinco permanentes, Estonia, India, Irlanda, Kenia, México, Níger, Noruega, San Vicente y Granadinas, Túnez y Vietnam.

Luis Alejandre Sintes es general (r).