Sociedad
La casa caída
La casa de mis antepasados, mi casa, se está derrumbando. Todos mis esfuerzos para mantenerla en pie han sido inútiles. Y, con ella, algo muy importante se muere dentro de mí
La vuelta al pueblo es siempre un regreso a la infancia. Supone un choque interior, un reencuentro sentimental, doloroso, con uno mismo. Pesan las ausencias, aunque casi todo sigue siendo reconocible: el camino de San Pedro por el que avanza el coche lentamente levantando una nube de polvo, las rastrojeras calcinadas del final del verano, las ruinas del monasterio templario de San Pedro el Viejo, las lomas sin ribazos, arrasados por la concentración parcelaria, las paredes de losas desportilladas, las ribaceras de la Solana escalonadas hasta el cerro del Castillo, con oscuras aulagas, escaramujos y tomazas de botones amarillos. Al fondo, la mítica Alcarama, donde sube el pinar, y que amenazan ahora con profanarla con aerogeneradores
En las eras vacías, sin tamo ni granzas, con las últimas tormentas han brotado los espantapastores, y en las paredes, medio caídas, se ve aún alguna cuyalba resistente, último vestigio de entonces. En los zarzales de los prados del Cerro empiezan a madurar las moras y están llegando puntualmente las aves de paso: letujas, petirrojos y culirroyos. Si observas con atención, no faltará algún cazador, venido de fuera, recorriendo con su perro rastrojos, esparcetas y llecas para comprobar si este año hay codornices, cada vez más escasas, cuando se abra la media veda el día de la Virgen.
Para un natural de Sarnago, agosto, que tiene nombre de emperador romano, será siempre el de la recogida de la cosecha. Pero es también el de la fruta, un mes frutal, virgiliano. Es imposible no recordarlo. ¡Aquellas dulcísimas y rezumantes ciruelas claudias de Cornago! ¡Aquellas cajas de olorosos melocotones de Calanda! ¡Aquellas banastas de peras de Don Guindo de Aguilar del Río Alhama! Quien en agosto ara, despensa prepara (Hace tiempo que están arrumbados los arados). En Sarnago era el mes de la dula en la dehesa, de las tormentas, del riego a reo en las huertas, de las maguillas y de las magüetas o fresas silvestres. Lluvia en agosto, miel y mosto, para alegría de los colmeneros y de los hortelanos. Y más en años como éste, en el que la persistente sequía ha dejado los campos calcinados y las fuentes secas.
En fin, tengo que confesar algo: este año me he resistido a volver a Sarnago. Hay una razón: la casa en la que nací y en la que pasé la infancia, la casa de mis sueños y de mis libros, la casa de mis antepasados, mi casa, se está derrumbando. Todos mis esfuerzos para mantenerla en pie han sido inútiles. Y, con ella, algo muy importante se muere dentro de mí.
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