Guerra en Ucrania

Los comunistas

¡Los comunistas rusos! vienen a ser como la alegoría de un tiempo que es un entremés, un pasar el rato entre el hola y el adiós

Un temblor agita mi cuerpo como si el frío me hubiera puesto a las puertas de Leningrado y estuviera en pantalones cortos, desordenada la mente, infame el vestuario al estilo de Madrid cuando crees que solo te ve tu perra y aparece el ex que decía Ayuso. ¡Han vuelto los comunistas rusos!, leo en un titular y se me aparece el Spielberg de los ochenta congelado en el dedo de un ET todavía liberal, antes de que Steven cometiera la tontería ideológica de repetir «West Side Story».

Los rojos son así. Se devoraron entre ellos en los noventa, y vuelven a matarse dialécticamente por una guerra. Sí, los comunistas rusos ansían lo mismo que los comunistas de aquí: hacerse notar. Son como Echenique pero con cara de matarte de verdad. No es recomendable transitar azoteas ni cenar sin que alguien que nos caiga mal pruebe la comida. Pensábamos que tal resurrección no sería posible, que la hoz y el martillo volaron en bicicleta pero nos puede el revival.

Creo que los comunistas vuelven a estar de moda (en el sentido de que se habla de ellos) porque realmente, a este lado del mundo, aparte de la cancelación y de las amistades «queer» de Pepa Pig poco se aporta a un imaginario nuevo en el que cualquier cosa sea posible. Los hombres blandengues se derriten como los relojes de Dalí antes de dar la hora o de abrirse la bragueta. ¡Los comunistas rusos! vienen a ser como la alegoría de un tiempo que es un entremés, un pasar el rato entre el hola y el adiós.

Si es exótico que Yolanda Díaz sea comunista, caperucita roja, la de la cesta, imagínenese esos barbudos abalanzarse desde uno de esos souvenirs que se venden por las calles de Berlín en un baratillo. Hasta Zelenski viene a ser un entremés de sí mismo encarnando el valor y la furia. Me maravilla, así como Lola Flores, que la guerra de la que no quieren hablar en Rusia tome otra deriva y me tuerce la nostalgia al saber que los Pistols, esas nenazas, y todo el pop tenían razón: No hay futuro.