Opinión
Hoy: La Medalla Milagrosa
Hoy 27 de noviembre, es la fiesta de la Virgen de la Medalla Milagrosa. Tiene una gran historia detrás, que comienza el 18 de julio de 1830, seguida del 27 de noviembre: fueron las apariciones de la Virgen a una joven religiosa –hoy santa Catalina Labouré– Hija de la Caridad de san Vicente Paul, en la iglesia del convento donde residía, en la «Rue du Bac» de París.
En la primera de dichas revelaciones, un niño pequeño –su ángel de la guarda– la despertó y le dijo que la Virgen quería hablar con ella. En silencio y a través de pasillos oscuros mientras las puertas se abrían solas, la guio hasta una capilla contigua al altar mayor de la iglesia, donde apareció. Sentada en una silla, mantuvo una conversación con Catalina que, de rodillas ante Ella y con los brazos apoyados sobre sus rodillas, vivió una inolvidable experiencia y le anunció las calamidades que afligirían a Francia en forma de revoluciones, guerras y epidemias. En efecto, la semana siguiente fue la «revolución de julio» que derrocó a Carlos X, último rey, seguida de la guerra franco prusiana exactamente 40 años después de aquel día; mientras París padecía una epidemia de cólera en 1832 ocasionando más de 20.000 muertes.
En la segunda visita, el 27 de noviembre, la Virgen se le apareció sobre un globo terráqueo pisando una serpiente y con otro pequeño globo en sus manos. A continuación apareció un óvalo rodeando su figura con unas letras doradas que decían «Oh María sin pecado concebida, ruega por nosotros que recurrimos a ti». De los preciosos anillos de sus dedos, salían unos brillantes rayos que le dijo representaban las gracias que concedía a quienes se las pedían, salvo de los que no salía ninguno y que eran las gracias que no le pedían sus hijos. En el reverso, aparecían doce estrellas y la letra M coronada con una Cruz y un travesaño debajo, y más abajo los Sagrados Corazones de Jesús –rodeado de espinas– y el de María, atravesado por una espada. La Virgen le dijo que acuñara una medalla como esa y que concedería grandes gracias a los que la llevaran con devoción.
Fue el pueblo quien le dio de nombre de «Milagrosa» ante los prodigios, conversiones y curaciones que obtenían con ella. Doce años después en 1842, la Virgen Milagrosa –la Inmaculada Concepción– se le apareció en Roma al hebreo Alfonso de Ratisbona convirtiéndole instantáneamente, y doce años más tarde, el 8 de diciembre de 1854, Pío IX definía el Dogma de la Inmaculada Concepción. Pío XII canonizó a Santa Catalina Labouré en 1947.
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