Letras líquidas

Ahí va un votante moderado

Y esa mesura común, tan discreta que evoca aquella mayoría silenciosa de Cataluña, ha ido colándose en los argumentos electorales

Las campañas electorales son como seres vivos. No solo porque nacen, se reproducen y mueren sino porque cada una de ellas, de las que hemos vivido, a las que hemos asistido en la lejanía o de las que nos han contado sus protagonistas, todas sin excepción, terminan desarrollando su propia personalidad. Unas son más intensas, otras más agrias, algunas se cargan de monotonía o de formalidad o se descubren algo atropelladas. Además de calurosa (obvio), ésta que atravesamos se mueve entre lo improvisado de su convocatoria y lo previsible de su «leitmotiv»: los pactos poselectorales, primero con la resaca del 28M y después con la vista puesta en el pos 23J. Nada, o casi nada, de lo que sucede puede entenderse sin tener en cuenta esa clave.

Además de los tira y afloja, los órdagos y las tensiones entre partidos propias de ese gran mus plebiscitario que son las relaciones políticas y, junto a la cuestión más prosaica de los acuerdos, la de llegar a alcanzarlos, subyace otra, más de fondo, sobre la que merece la pena detenerse. El parchís demoscópico, por aquello de los colores, en el que nos movemos refleja las distintas opciones en las urnas, pero, quizá, la intensidad y la aceleración de los últimos tiempos, han distorsionado el reflejo que suponen de la realidad sociológica española: más moderada que radical pese a las complicaciones que apreciamos para formar gobiernos. Uno de los análisis clásicos para medir la ideología social lo facilita el CIS (en una de sus áreas no contaminadas) con un baremo en el que uno representa lo más a la izquierda y diez lo más a la derecha. La mayor parte de la población, el porcentaje más alto, con el 20 por ciento del total, se sitúa en el cinco. Centrismo puro. Y, sin embargo, la correlación entre esos datos y su peso en la vida pública no encaja exactamente: los espacios más radicales condicionan la conversación en mayor proporción.

Y esa mesura común, tan discreta que evoca aquella mayoría silenciosa de Cataluña, ha ido colándose en los argumentos electorales. Desde los «pactos de centralidad» que pidió Felipe González hasta la referencia de Feijóo en el debate de Atresmedia a los extremos («que saben bloquear, pero no gobernar», dijo) o los llamamientos de Mazón y Guardiola, en sus respectivas investiduras, al sentido común y la ausencia de «espectáculos». Esta campaña, al final, se está destapando como una especie de brújula colectiva en busca del equilibrio social, huyendo de vaivenes innecesarios y aspirando a mayorías útiles. Así que, si estos días ven por la calle a un votante moderado, no se asusten, porque, aunque parezca una «rara avis», quizá no lo sea tanto.