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Brasil: un riesgo creciente 

La solución pasa, necesariamente, por un ajuste fiscal contundente que garantice la solvencia a largo plazo. Lula da Silva, sin embargo, sigue reacio a dar ese paso

Desde que Lula da Silva asumió la presidencia de Brasil el 1 de enero de 2023, la política fiscal del gigante sudamericano ha estado marcada por una negativa frontal a recortar el gasto público para contener el déficit. Y el déficit va convirtiéndose cada vez en un problema más grave. Según los últimos datos disponibles, el déficit antes de intereses para los doce meses hasta octubre de 2024 roza el 2% del PIB, mientras que el pago de intereses trepa a más del 7,5%. El resultado final: un déficit público superior al 9,5% del PIB, encaminándose hacia el 10% al cierre de 2024. Estas cifras contrastan con las de 2021 o 2022, cuando eran aproximadamente la mitad.

Este expansivo déficit público vinculado a intereses cada vez más elevados está empujando a los inversores a recelar de los pasivos estatales de Brasil. El tipo de interés del bono brasileño a diez años supera el 14%, un nivel prácticamente inédito desde 2008, salvo por el turbulento periodo de 2016. Paralelamente, el real se halla en mínimos históricos: ya se necesitan más de 6 reales para comprar un dólar, cuando hace una década bastaban 2. Ni la intervención del Banco Central de Brasil, que ha quemado 25.000 millones de dólares de sus reservas en los últimos días, ha logrado frenar la depreciación.

El problema de fondo es eminentemente fiscal. En lugar de imitar la vía de la responsabilidad presupuestaria que ha emprendido Javier Milei en Argentina –cuadrar las cuentas a fin de que los inversores recuperen la confianza–, Lula da Silva insiste en mantener un gasto público en expansión. Bajar los tipos de interés por decreto sólo generaría más fuga de capitales, más depreciación de la moneda y más inflación. Mientras, mantenerlos altos para sostener artificialmente la demanda de reales encarece la deuda y acelera el riesgo de insolvencia estatal.

En suma, Brasil parece atrapado en un círculo vicioso: déficit abultado, caída de la demanda de deuda pública y depreciación creciente del real, que a su vez alimentan la inflación y tensionan aún más las finanzas estatales. La solución pasa, necesariamente, por un ajuste fiscal contundente que garantice la solvencia a largo plazo. Lula da Silva, sin embargo, sigue reacio a dar ese paso. Se ha colocado al frente de un bólido que avanza hacia el abismo a un piloto que solo sabe acelerar. Malas perspectivas.