Ángela Vallvey

Agua

La Razón
La RazónLa Razón

Desde España, donde es difícil ver llover (o nevar), resulta casi un ejercicio de fe creer que el agua cubre más de un 70% de la corteza terrestre. Si no fuera por nuestras costas, de maravillosas playas, si estuviésemos rodeados de otros países en lugar de mares, quizás seríamos más conscientes de la importancia del agua. El agua, esencial para la vida, nos gusta siempre que venga en forma de ríos mansos, o envasada en plástico. Pero, cuando llueve, nunca lo hace a gusto de todos. El problema del agua es de los más acuciantes. España se está poniendo amarilla, el desierto avanza ante la pasividad de quienes deberían reparar un asunto tan delicado. Y es que, tradicionalmente, el agua se ha convertido en un problema político, de manera que ha alcanzado la categoría de algo parecido a una paradoja matemática de imposible resolución. Ninguno de los grandes conflictos que tenemos se solventa definitivamente porque, lejos de abordarse como dificultades a las que hay que aplicar remedios prácticos e imaginativos, y el esfuerzo común de todos los agentes sociales, se utilizan como armas de enfrentamiento y conflicto político, de manera que mientras existan tales problemas se aviva el desafío y la confrontación ideológica. En el franquismo se hablaba de la «pertinaz sequía», y lo habitual era que, al menos, la mayoría de la gente se sintiera concernida con la falta estructural de agua y supiera cuál era el efecto que genera su mala gestión. Hoy día, la sequía sigue siendo igual de pertinaz que antaño, pero el cambio climático empieza a convertirse también en un asunto ideológico, de manera que algunas personas lo niegan y otras lo afirman, no por motivos científicos o realistas, sino de fe política. La nieve que ha caído este año, al menos, será un respiro para el paisaje. La tierra estaba seca, el agua embalsada empezaba a agotarse, el campo exhausto, los agricultores y ganaderos, desesperados... Vivimos una auténtica crisis hidrológica y padecemos las consecuencias de una pésima gestión de los escasos recursos que tenemos. La poca eficiencia en el uso del agua, además, está contribuyendo a despoblar el país. En el corazón de España crece un agujero de pedregoso e infecundo vacío, que se alimenta de la misma incompetencia que administra (mal) el agua.