Paloma Pedrero
Alicia Alonso
La cubana Alicia Alonso no baila, vuela como un pajarillo elegante y piadoso que regala sus colores al mundo. Gracias al teatro, generoso con sus gentes, tuve la fortuna de estar la semana pasada un rato a su vera. Fue en Segovia, en una iglesia en la que Juan de la Cruz paraba, y que ahora ha sido convertida en un teatro. Allí la Unesco nombraba a sus embajadoras de las artes escénicas. Allí la vi llegar; pequeñita ya, aupada por sus asistentes, ciega desde hace muchos años, colorida y sonriente como siempre. Noventa y seis años de vuelo, de entrega, de amor a la vida. Porque Alicia quiere quedarse aquí aunque solo sea para crear estelas con sus manos maestras. Para sentir que el ballet clásico sigue transportando al ser humano a lugares muy altos. ¡Apártalos, Amado, que voy de vuelo», que decía San Juan. Para disfrutar de existir.
Fue muy emocionante para mí comprobar cómo nos vamos haciendo niños de nuevo. Y si han sido adultos de un valor inmenso, como Alicia aire, así serán con cien años: niños de un valor inmenso. Y si llegara a doscientos, como ella dice querer, será ya una criatura que pasó por el útero materno y danzó con el cordón umbilical hasta hacer un columpio a la tierra. Fue emocionante para mí reafirmarme en que la belleza física es enclenque y efímera, que sólo la dignidad te regala la belleza eterna. Fue casi un milagro de emoción que me agarrara las manos y las tanteara para ver si eran buenas. La oí que dijo bajito: Vuélvete, paloma, que el ciervo vulnerado por el otero asoma al aire de tu vuelo... Y sentí que me la llevaría conmigo siempre, como ejemplo.
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