José Antonio Álvarez Gundín

Calles de fuego

A punto de cumplir su primer año, al Gobierno de Rajoy le convendría sofrenar un poco su ímpetu reformista y reflexionar sobre los modales un tanto bruscos de sus cabalgaduras. Ha acertado en el fondo, pero ha descuidado las formas. La máxima de todo buen gestor es que más vale dedicar una hora a negociar que un minuto a imponer. Salvo raras excepciones, los ministros no se han destacado por su mano izquierda ni por su disposición al pacto. La impaciencia les ha comido la agenda, atacados por el ansia de taponar la sangría y salvarle la vida a un país en agonía. Es cierto que la dama no estaba para tafetanes y que urgía una intervención rápida, contundente y eficaz. Precisamente para eso, para que operara con pulso firme al paciente, le dieron los españoles la mayoría absoluta a Rajoy. Y a fe que ha sajado con determinación. Sin embargo, la diligencia no está reñida con las buenas maneras. Cuando salen en procesión interminable médicos, enfermeras, catedráticos, profesores, jueces, abogados, funcionarios, pensionistas y un largo etcétera de agraviados, es que algo está fallado. Seguramente falta diálogo o, si se quiere, más disposición a sentarse a una mesa para decirse las cosas a la cara. Al final, el Gobierno deberá hacer los recortes que más convengan al interés general, pero no hay por qué hacerlos sin anestesia. Nadie podrá acusar a los ministros de pusilánimes, timoratos o incompetentes. Han trabajado mucho, bien y con responsabilidad. Gracias a eso, España ha recuperado en Bruselas el crédito de país serio y fiable. Si además tuvieran la cintura del acróbata y la muñeca del espadachín, las calles estarían más sosegadas; igual de doloridas, pero menos clamorosas. La mayoría absoluta no es una patente de corso, sólo una garantía para no torcer el camino.