Andrés Aberasturi

De gusanos y placeres

Tengo ya reconocida aquí mi afición, como escuchante por ahora, de la publicidad radiofónica relacionada con la salud: hay un millón de prometedoras ofertas con efectos casi milagrosos para todos y para todo. El que ahora me provoca una cierta desazón es el de un producto capaz de devolverme ese vigor sexual que los años han convertido – ay– en sólo recuerdo. Pues bien, parece que basta la ingesta de esas cápsulas para no sólo «triunfar» sino «repetir». El concepto mismo de «triunfo» en este campo es ya complicado de por sí y lo de «repetir» sólo está al alcance de unos pocos. Sea como fuere, el problema no es el producto en cuestión y menos ahora que la Viagra se ha socializado y ha puesto el placer al alcance de cualquiera; el problema es la frase con que se abre el anuncio: «Lo que se han de comer los gusanos, que lo disfruten los humanos». Hombre, como reclamo puede estar bien; pero conociéndome a mí mismo y a los de mi especie –especie en extinción, desde luego–, estoy seguro de que a la hora de la verdad verdadera, cuando después de tomar las cápsulas me pusiera manos a la obra –es un decir– para triunfar y hasta repetir, sé que mi cabeza se llenaría de un ejército de terroríficos gusanos devorando en desigual carrera mi humilde región pudenda. No sé quién ganaría, si el presunto «triunfo» del macho o el devastador espectáculo imaginado de la colonia de gusanos. Estoy seguro de que los anunciantes tratan de ensalzar el viejo «carpe diem» de Horacio, pero ¿era necesario meter a los gusanos devoradores en tan delicado asunto y zona? He ahí la cuestión.