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La Razón
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La buena voluntad del Alavés y su orden defensivo resultaron insuficientes frente al Madrid que, a partir de las individualidades, comienza la suma de puntos. Tres más en Mendizorroza y una goleada sumergida en detalles. La «zamorana» de Deyverson, la pólvora de Cristiano, los pases de Marcelo y la inspiración de Morata. El equipo de Pellegrino necesita disparar cinco veces para acertar una; el de Zidane arrasa con mucho menos y hasta se permite el lujo de fallar un penalti –Ronaldo erró el segundo y metió tres goles–. Imperturbable, alarga la temporada de facilidades, su peor competencia. Juega a ratos, cambia el «truco o trato» de Halloween por el susto o muerte y durante interminables minutos mantiene el suspense. No importa. Tiene tanta calidad en sus filas que termina por imponerla al iluso contrincante que en algún pasaje del partido imagina la victoria.

El Madrid lidera la Liga con más goles que método. El día que empiece a jugar... Hace una semana, el Atlético amaneció jerarca y al meterse en la cama era quinto. Pero como ahora juega bien al fútbol, remonta con suficiencia, convence y evita ahogarse en sus lágrimas. Con Yannick Carrasco crece.

Mengua el Barça por los detalles. Es terrenal, ya no orina colonia, pierde en el Camp Nou con el Alavés, discute en igualdad con el Madrid y hasta con el Atlético; siente la nostalgia de aquella celestial supremacía. Tiembla. Los puntos perdidos, el liderazgo del Madrid, la amenaza del Atleti, los líos de sus estrellas con los tributos que no tributan y las visitas regulares al juzgado alarman a la afición y la directiva, como «in illo tempore», culpa al empedrado. Ridículo e inaceptable victimismo. No hay peor campaña que la de la misma cuña, y el Barça insiste en echarse la zancadilla. Parece un equipo pequeño.