Historia

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El cómpost

La Razón
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Los estragos ocasionados por la posverdad no son patrimonio exclusivo de nuestro tiempo. Los humanos siempre hemos hozado entre mentiras. Las noticias falsas, los timos, los artificios, propagados para mejor rellenar los grandes vacíos éticos e intelectuales, han regido las cavilaciones de muchos y justificado infinitas carnicerías. Qué si no un inmenso contenedor de trolas fue el nazismo, que incluso contaba con un brillante ministerio de propaganda. O la URSS, felina en su capacidad para soslayar el sufrimiento de millones mediante la oportuna invocación de unas verdades, justicia, igualdad, etc., repartidas en unos pósters bien molones y unos poemas nerudianos y unos ensayos sartrianos con los que mejor tapar la sinfonía de cadáveres. Pero las fabulaciones no son patrimonio de tiranías. Jonatham Lethem, en la reseña para el «The New York Times» del libro de Keving Young Bunk: The Rise of Hoaxes, Humbug, Plagiarists, Phonies, Post-Facts, and Fake News, recuerda los embustes propalados por los panfletos de William Randolph Hearst a cuenta de la Guerra de Independencia en Cuba. De su probada eficacia da cuenta el que no sólo EE UU declaró la guerra a España sino que los periódicos de Hearst vendieron como rosquillas. Hay grandes posibilidades de enriquecimiento en el triunfo de según qué trolas. Claro que los infundios rara vez alcanzan la psique colectiva si no hay detrás un cómpost receptivo. Una necesidad compartida de tragarse el timo y e incluso aplaudir las arbitrariedades que provoque. A desentrañar por qué algunas bolas acaban por generar tóxicas tempestades sociales, y a explicar de paso hasta qué punto somos responsables de esa insufrible podredumbre y, también, cómplices de los estragos que ocasiona, se aplica el apabullante ensayo de Young. Dice Lenthem que Bunk es «un estudio fascinante y esencial sobre nuestra historia colectiva de amor por el alcohol ilegal». Por «alcohol» entiende las mentiras que operan igual que ciertas drogas. Capaces de alterar los estados de conciencia y provocar momentos de embriaguez que a menudo conducen al ridículo al tiempo provocan comportamientos violentos. Dice más. Que estamos ante un volumen enciclopédico y profundamente libre. Y lo compara, entre otros, con Masa y poder, de Elias Canetti, La anatomía de la melancolía de Robert Burton y Rationale of a dirty jocke (ignoro si hay traducción del español) de Gershon Legman. No sé si el escritor apura en exceso la hipérbole, pero sí que el libro de Young ayudaría a entender mejor algunos de los grandes estercoleros del momento, del infame triunfo de Donald Trump al conato revolucionario en Cataluña. Ninguno de esos sucesos habría sido posible de no haber contado con la aprobación previa de una ciudadanía deseosa de aplaudir sus propios y macerados vicios, y entre ellos y en lugar destacado el de una xenofobia rampante. Sólo así puede explicarse que llevemos un año con un constructor de casinos reciclado en estrella de la telebasura en el despacho donde trabajaron Roosevelt y Kennedy. O que en Cataluña una candidata a presidir la autonomía hable de muertos por las calles sin que su propio público llame al loquero y acto seguido proceda a darse de baja.