José María Marco

El fascismo vasco

La Razón
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Estos días en el País Vasco se han sucedido el homenaje a un terrorista en Galdácano y, en Aranaz, un juego llamado «tiro al facha», que consiste en lanzar proyectiles diversos contra unas caricaturas de personajes que representan las instituciones de la España democrática. («Facha» es español: todo aquel que no es nacionalista). Algo así como los musulmanes en la Meca cuando lapidan al diablo. El nacionalismo no deja de avanzar en el camino de la civilización.

Tampoco parece que haya habido mucho interés en impedir estas manifestaciones de alta cultura comunitaria, llamémoslas así, por parte de las instituciones gobernadas por el PNV. En aquellas en las que gobiernan los amigos de los terroristas nacionalistas, se han promovido, como era de esperar. Y los intentos de impedirlo por parte del Estado se han estrellado en la justicia. El juez Ismael Moreno no ve nada punible en estos hechos, que constituyen, se tomen como se tomen, un elogio del odio y una forma de propaganda (el término «enaltecimiento» es incomprensible) del terrorismo.

Los hechos dicen mucho sobre la sociedad del País Vasco, la banalización de la exclusión y lo profundamente arraigado que está allí el recurso de la violencia, que se inculca, con juegos como el del «tiro», a los niños. Urkullu dijo hace tiempo que la sociedad vasca es «sana y transparente». Lo será, tal vez, desde la óptica del nacionalismo y de la construcción de la nación nacionalista.

En cuanto al resto de España, no parece dudoso un cierto grado de hastío, como si se diera por descontado que el fascismo, en el País Vasco, no tiene remedio. También está, alentado por años de dejación, el impulso de simpatía de los muchos millones de españoles que se identifican con la actitud nacionalista: son los votantes de Podemos y corrientes afines. No debería hacer falta decir que el Estado, por su parte, no puede hacer suya ninguna de estas actitudes. Si los hechos como los ocurridos en el País Vasco estos días no son un delito, habrá que reformar la ley para que lo sean. Y si no se obtiene el apoyo necesario, que es probable, se puede incorporar la propuesta al programa de las próximas elecciones. Hay límites, incluido el respeto a los símbolos, que un régimen democrático y liberal tiene que hacer cumplir.